24 de abril de 2012

La república poética de Emilio Prados

Emilio Prados, uno de los más destacados miembros de la Generación del 27, Premio Nacional de Literatura y editor del Romancero General de la Guerra de España, murió hace 50 años en el exilio en Mexico. Un ciclo de homenaje al poeta malagueño Emilio Prados organizado por el Centro Cultural Generación del 27 coincidiendo con el 50 aniversario, el 24 de abril de 1962, de su muerte en México, comenzará este viernes en Málaga.

Con 'Andando por el mundo... de Emilio Prados (24 de abril, 50 aniversario de su muerte)' se quiere homenajear a este poeta, que jugó un papel decisivo en la configuración de la Generación del 27 con la fundación de la imprenta Sur, la creación de la mítica revista Litoral y con su propia poesía.

«Respira bien esos aires, llénate de luz, esa luz en la que naciste y, cuando estés en Málaga, mójate las manos en el mar y tráeme un poquito de él». Emilio Prados nunca perdió su amor por la tierra que le vio nacer. Le acompañó a lo largo de toda su vida. Y así lo deja patente en esta carta que enviaba a Paloma, la hija de Manuel Altolaguirre, a finales de los años cincuenta, tras el accidente de este inseparable compañero al que conocía desde niño y al que le unió para siempre la poesía. Ambos pusieron en pie una maquinaria que serviría para convertir Málaga en el epicentro poético-artístico y el referente de toda una generación, la del 27. Sus instrumentos fueron la revista 'Litoral, y la Imprenta Sur, en la que editaron primeras obras de grandes autores como Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti o su paisano José Antonio Muñoz Rojas. «Estaban encantados con el proyecto que habían creado, esa especie de república de poética en la que había gente de todo tipo».

Ha llovido un poco. Sin embargo, tanto 'Litoral' como la Imprenta Sur mantienen aún hoy el tipo. La primera, al mando del sobrino nieto de Prados, Lorenzo Saval, mientras que la imprenta la custodia el Centro Cultural Generación del 27, que estos días aprovecha el cincuenta aniversario de la muerte de Emilio Prados -se conmemorará el próximo 24 de abril- para rendir homenaje al poeta y editor con una serie de actividades que devolverán durante unos días del exilio a aquel comprometido autor en cuya biblioteca sobresalía la filosofía, la poesía y el arte. Era un enamorado de la cultura. Y así lo transmite en su obra. Porque ésta fue ante todo un «proyecto vital de altos vuelos».

Aquel hombre que enseñaba a los hijos de los pescadores de El Palo y que en realidad se encontraba muy solo, como refleja la correspondencia que mantuvo con Bernabé Fernández-Canivell. No hay que olvidar que fue en la Residencia de Estudiantes donde Prados gestó su orientación por la poesía de la mano de Juan Ramón Jiménez. Luego, su amistad con el grupo de García Lorca, José Bello, Juan Vicéns, Luis Buñuel y Salvador Dalí acabaría consolidando esa vocación que cultivó toda la vida. Primero en Madrid, luego en Suiza -donde pasó varios meses por su grave enfermedad pulmonar-, más tarde en Málaga y por último en México, refugio de un exilio del que no regresaría.

Allí fue donde desarrolló buena parte de su obra. Entre los años 1927 y 1936 no publicó. «De una manera voluntaria se apartó, no quiso estar en esa auténtica vorágine poética que sacudió a España, y eso hace que fuera un poeta en su tiempo poco conocido», convencido no obstante de que la poesía que haría de forma continuada después de la guerra en el exilio en México «le revela como un poeta de una dimensión filosófica y metafísica extraordinaria».

A su juicio, «es probablemente el poeta más profundo y que llega más a los misterios de la existencia del hombre». Supieron verlo grandes autores como su paisana María Zambrano, que le escribía a Prados cosas como: «Sabes que te quiero siempre y siempre de la misma manera», en las entrañables cartas que compartieron.

Así vivió durante sus años en México, en un ambiente muy austero. Su hermano Miguel, psiquiatra, supuso entonces un gran apoyo. Siempre estuvieron muy unidos. No llegó a conocer a su tío abuelo, pero siempre lo ha tenido muy presente en su vida. No solo por las fotos que inundaban la casa de su abuela Inés, sino como una especie de «ángel protector» que le ha servido de apoyo especialmente en su comienzos como artista en Málaga.


De izquierda a derecha, de pie, Eduardo Ugarte, Emilio Prados y Manuel Altoaguirre; sentados, Luis Cernuda y José Moreno Villa, México, noviembre de 1952.

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