Muchos dirigentes políticos, de los que andan en busca del poder, hablan de que la democracia significa el gobierno del pueblo, pero a veces cuando alguno de ellos logra alcanzarlo se olvida de tal teoría, o la pone en práctica a medias, sobre todo tratan de mantener al pueblo lo más alejado posible de cualquier circulo de decisión con respecto al gobierno. Ese modo de actuar es el que más se utiliza en el mundo por los políticos tradicionales. Menos mal que desde hace alrededor de 100 años una mujer definió al socialismo como el sistema más democrático que existe, por lo que desarrolló su pensamiento basándose en ese concepto el cual hizo conocer mundialmente.
Son numerosas las aportaciones polémicas al debate socialista que aquella mujer dejó: Su afirmación de la capacidad creativa y espontaneidad de la clase obrera. Su polémica oposición al capitalismo. Su negación sobre la acumulación de capital. La libre y gratuita educación de los pueblos y otros puntos más. La visión de Rosa Luxemburgo sobre la importancia de la autonomía de las masas para la construcción del socialismo, representa un recordatorio obligado para comprender la diversidad de orientaciones existentes entre los revolucionarios de las primeras décadas del siglo XX.
Hacer memoria de la figura de Rosa Luxemburgo parece especialmente oportuno para un breve análisis de sus opiniones sobre la cuestión democrática, planteadas en la vigencia de su compromiso político y moral.
Rosa Luxemburgo en 1918 expresa su solidaridad con la revolución rusa y una ardorosa defensa de su posición en la triple e inseparable dimensión de su pensamiento y obra socialista, demócrata y revolucionaria. En cuanto al contenido del socialismo Rosa Luxemburgo lo entiende como una ampliación a la intervención en la vida pública de la población que nunca habían sido partícipes de su destino. Por otra parte dice que el socialismo no puede establecerse por decreto, pues nadie posee ni las soluciones para todos los problemas, ni el uso de un método infalible. Para Rosa la solución de los problemas sólo puede proceder de la fecunda corrección de los errores cometidos, lo cual sólo es posible sobre la base de la libertad de crítica y de la más amplia iniciativa popular. El socialista sólo puede ser un producto histórico surgido de sus propias experiencias y como resultado del desarrollo de la historia viva, la que tiene el saludable hábito de producir siempre junto con la necesidad social real, los medios para satisfacerla.
Ahora si esto último es así, resulta evidente que solo lo negativo y destructivo puede decretarse, pero lo positivo y constructivo no. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos a través de la fuerza creadora, impidiendo las improvisaciones. La vida pública de los países con libertad limitada es gobernada por la pobreza, porque al excluirse la democracia se cierra la fuente viva de toda riqueza y progreso espiritual y por ello es que en una democracia verdadera todo el pueblo debe participar. La democracia es el único medio para poder limitar los errores inevitables en toda dirección política. La vida socialista exige una completa transformación espiritual del pueblo degradado por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los instintos egoístas, la iniciativa de los pueblos en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, y las libertades públicas no son algo accesorio, sino que es el aire mismo imprescindible para poder sentir y palpar algo parecido al socialismo.
El gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de todos los habitantes de un país, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. De manera que de las opiniones expresadas en “La revolución rusa” de Rosa Luxemburgo se derivan las luchas en favor del socialismo y por tanto de la democracia; por ello tal escrito aparece como su auténtico testamento político. Un testamento que contiene una trágica advertencia sobre el triste destino del socialismo si olvida su intrínseca necesidad de democracia y libertad.
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