9 de agosto de 2012

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
El libro de los abrazos.

                                                                                          La primera vez que leí Las Venas abiertas de América Latina, el mismo año que entré en la universidad, quedé rápidamente fascinado. Fascinado por la propia historia de censura del libro, y fascinado también por el modo punzante y combativo con que se narraba la epopeya del continente. Cualidades ambas que encajaban muy bien con la idea de una Latinoamérica refugio último del mito y las causas perdidas, más mitificadas cuanto más perdidas.

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