9 de agosto de 2012

La caída del rey y la bandera rojigualda




Los periódicos resaltaron la heroicidad del rey, tras caerse de bruces en la escalinata de entrada a la sede del Estado Mayor de la Defensa y levantarse por su propio esfuerzo. El Rey, ejemplo del coraje de España, titula La Razón. La verdad es que cuando lo escuché por la radio, apenas pude dar crédito a tamaño ejemplo de servil adulación cortesana y patrioterismo bufo.

Lo que esta nueva caída del rey sugiere, más bien, tras la fractura de cadera que sufrió este mismo año en Botsuana y las operaciones quirúrgicas a las que ha sido sometido, es que el monarca tiene problemas de salud. La torpeza ambulatoria, perceptible en las pocas imágenes que nos lo presentan andando, le ha deparado no pocos traspiés y tropezones, con el de ayer como colofón ostensible de que Juan Carlos I no parece tener muy garantizada la sostenibilidad.

Lo curioso es también, casi a la misma hora en que el rey se daba el batacazo, caía en la plaza de Colón de Madrid la bandera rojigualda, izada en un mástil de 50 metros de altura y con un total de 290 metros cuadrados de flameo. La monumental enseña fue colocada allí hace dos lustros, siendo ministro de Defensa Federico Trillo -el de la toma del peñón de Perejil-, y cada mes es revisada por el Ayuntamiento de Madrid en evitación de roturas o desperfectos.

El hecho de que la bandera se haya venido abajo se debió al rompimiento de la gaza que la sujetaba en el extremo de un cabo como efecto del desgaste por rozamiento de la cuerda. Lo cierto es que a ese desgaste, similar al de las rótulas del monarca, hay que añadir el fuerte viento que ayer soplaba sobre la capital del reino. Uno y otro pudieron ser a la vez causa de la caída de la bandera monárquica -según disposición acordada en 1785 bajo el reinado de Carlos III-, azarosamente coincidente con la caída de Juan Carlos I en la sede del Estado Mayor de la Defensa.

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