17 de mayo de 2012

López Arnal: “Sacristán y Lukács, dos grandes pensadores con un compromiso político muy importante”


Nacido en Barcelona en 1954, Salvador López Arnal es Profesor de Matemáticas en la UNED y de informática de ciclos formativos en el IES Puig Castellar. Colaborador de revistas como El Viejo Topo, Rebelión, Sin Permiso y Espai Marx, entre otras, es autor de libros como El valor de la ciencia (2001), Popper/Kuhn: ecos de un debate(2003), Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente (2008), y, muy recientemente, La ciencia en el ágora (2012), estos dos últimos en colaboración con el prestigioso científico Eduard Rodríguez Farré.
3_salvador00_0Salvador Lopez Arnal, profesor de matemáticas e informática.
Pero tal vez la faceta más conocida de Salvador López Arnal es que se trata, con seguridad, del investigador que más ha hecho por rescatar y difundir el pensamiento de Manuel Sacristán Luzón. Fruto de este empeño son, entre otros, algunos de sus trabajos: Acerca de Manuel Sacristán (1996),  M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres (2003), Escritos sobre El Capital (y textos afines) (2004),Seis conferencias sobre la tradición marxista y los nuevos problemas (2005),El legado de un maestro (2007), Sobre dialéctica (2009).
Con él, conversamos acerca de su último libro Entre Clásicos. Manuel Sacristán y la obra político-filosófica de György Lukács (La Oveja Roja, 2011).
Para empezar, querría preguntarte por los motivos que te llevaron a preparar este libro ¿Por qué decides investigar la relación entre Manuel Sacristán y Gyorgy Lukács?
La idea empieza cuando leo la tesis de Miguel Manzanera sobre Sacristán [1]. Me fijé en los anexos que incluyó Miguel, donde, entre otras muchas cosas de interés, reprodujo –y tradujo además- las cartas que Sacristán escribió a Lukács sobre varias cuestiones, así como las respuestas de este último. En ese primer momento aún no parecía suficiente como para sacar un libro sobre Lukács y Sacristán. El trabajo de Miguel Manzarena investigando las cartas fue impecable, perfecto, exhaustivo, y sus resultados concuerdan con lo que he estudiado después en el Archivo Sacristán que ahora, no entonces, cuando Miguel realizó su investigación, está depositado en la biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de  Barcelona.
Por otro lado, en el prólogo a “Lecturas de filosofía moderna y contemporánea” [2], Albert Domingo Curto cifraba en unas 28.000 páginas las traducciones realizadas por Sacristán a lo largo de casi 30 años, entre los sesenta y setenta principalmente. Una tarea agotadora que realiza sumada a su arriesgada militancia, a sus labores familiares, a sus estudios, a sus artículos, a su trabajo académico (cuando pudo tenerlo). En Integral Sacristán, los documentales sobre su vida y su obra dirigidos por Xavier Juncosa, Josep Fontana habla de la “autoexplotación” de Sacristán. Tiene razón. En esa ingente labor de traducción, entre los muchísimos autores que tradujo se encuentran especialmente Lukács y Marx, y, probablemente, un poco más el primero.
Otro elemento que motivó mi interés sobre el tema fue la lectura juvenil de Contra la razón destructiva [3] de Eduardo Subirats, un breve ensayo donde trata –de forma muy desenfocada en mi opinión- la relación entre Lukács y a Sacristán. Eso quedó guardado en mi memoria a pesar de que en su momento yo no entendí muchas de las tesis, críticas y argumentaciones esgrimidas por el autor. Ahora que las entiendo un poco más y sin olvidar que es un texto de un Subirats muy joven, pienso que la mayoría de sus aproximaciones son falsas o inexactas cuanto menos. Decir algo sobre ello era también un aliciente para ponerme en el tema.
Finalmente, me puse a trabajar en una primera versión del libro. Se lo envié a Francisco Fernández Buey, quien me comentó, con razón y señalando razones concretas, que había cosas –más de una y más de cinco- que no le convencían. Así que me dispuse a reestructurar mi trabajo.
Por lo demás, hay temáticas de Lukács muy presentes en la obra y el pensamiento de Sacristán. En su tesis doctoral, Las ideas gnoseológicas de Heidegger [4], la crítica de Lukács al irracionalismo está ahí. Una de las últimas conferencias que dictó Sacristán, en abril de 1985, trató sobre el Lukács de las Conversaciones. Desde hacía muchos años Lukács ya era un clásico del pensamiento marxista, un clásico que, al igual que Sacristán, no era un filósofo académico sino un militante político, un filósofo marxista revolucionario si queremos decirlo así. No son sólo teóricos, sino que ambos tuvieron un fuerte compromiso ético y político con la realidad social. Sin que esto último, quiera decir en absoluto que no haya diferencias entre ambos. Las hay, evidentemente. Y en mi opinión, aunque puede parecer una barbaridad, en beneficio del autor de Introducción a la lógica y al análisis formal.
“Honestidad intelectual, profundidad política y filosófica y compromiso político son nudos muy importantes entre Lukács y Sacristán”
Debo añadir, olvidarme de ello sería una descortesía, que, más tarde, cuando comencé a mover el libro en las editoriales y lo envié a La Oveja Roja, a Alfonso Serrano y Daniel Lacalle, fue Daniel quien me comentó que el libro le parecía interesante pero que tenía un problema con las notas: eran excesivas, impedían una lectura fluida del texto. Tenía razón, mucha razón. Quine, un filósofo y lógico, muy admirado por Sacristán y por mi mismo (tengo guardada como un tesoro una breve carta que me envió tres años antes de su fallecimiento), ya advirtió  sobre las dificultades de lectura de los libros bidimensionales: texto principal-notas a pie. La verdad es que el comentario de Lacalle me ayudó mucho. Este tema, aparentemente marginal, me llevó a reescribir el libro, porque efectivamente no se podía leer, pues tenía las notas por un lado y el texto por otro. El potencial lector, al final, no iba a leer ni una cosa ni la otra.
Aprovecho para decir también que Alfonso Serrano, en su excelente trabajo de editor, fue capaz de señalarme numerosas erratas mías, al igual que pasos oscuros-muy oscuros, y su rigor, que agradezco, ha ayudado lo suyo a mejorar el texto. Así, pues, agradezco muy sinceramente a Daniel Lacalle y a Alfonso Serrano sus comentarios y sus críticas.
 Has hablado del compromiso militante y ético-político compartido por Manuel Sacristán y Gyorgy Lukács. A mí me ha parecido uno de los primeros ejes que el lector encuentra en tu libro, un rasgo unido a una gran honestidad intelectual de ambos. ¿Puedes profundizar un poco más en esta similitud?
Lo que he comentado antes pone el acento en un punto singular de ambos, en el hecho de que tanto uno como otros fueron dos grandes pensadores revolucionarios, que adoptaron un compromiso político muy importante. De Lukács esto es conocido, y además en varios momentos en los que lo que estaba en juego su propia vida. También, en otras coordenadas históricas, en el caso de Sacristán, desde Alemania a mediados de los cincuenta hasta su muerte, treinta años después. Lo que no quita que haya diferencias filosóficas entre ambos y también diferencias políticas. Recordemos que Sacristán no vivió directamente bajo el poder de Stalin y el estalinismo, y Lukács sí, por lo que tuvo que rodearse de gente poco afable por decirlo suavemente, muy suavemente. Esto llevó a mucha gente a considerar que Lukács era un estalinista y punto. A otra cosa. Sacristán, afortunadamente, no lo vio así, no fue tan simple, nunca lo fue. Vio algo más que esta primera cara, lo que ya es de gran interés.
3_salvador02Manuel Sacristán llega en 1970.
La mentalidad, la enorme pulsión política de Lukács y Sacristán -insisto, sin negar diferencias de ubicación, de posición y de talante filosófico- creo que es muy remarcable y positiva. Comparten también una gran honestidad intelectual. Un ejemplo. Recuerdo ahora que Sacristán escribe una carta [5] a principios de los setenta a Francisco Fernández Santos a París, gracias al cual está colaborando con traducciones en revistas publicadas por la UNESCO. Con estos trabajos, Sacristán se ganaba la vida un poquito mejor porque le pagaban bastante más las traducciones. En esa carta, Sacristán le habla a Fernández Santos sobre un volumen que estaba preparando Jacobo Muñoz sobre Lukács, y le pide una colaboración. También le anuncia que está pensando en colaborar él mismo con dos artículos. Uno sobre El Asalto a la Razón, que escribió finalmente a principios de los setenta, y que se editó años después, en 1977, en el primer número de Materiales [6]. Y un segundo muy admirativo sobre los escritos políticos de Lukács. Ahí se ve claramente la honestidad intelectual y política de Sacristán: valora a un autor, ve la importancia de su obra, pero eso no quita que haga críticas muy agudas de muchos de sus pasos. Yo no he leído, lo confieso avergonzado, muchos comentarios sobre este segundo gran clásico de Lukács, pero, de los que ahora recuerdo, a mí me parece que el más brillante es el de Sacristán.
Aparte, hay otra cosa que me gustaría añadir, y es que Sacristán y Lukács están comprometidos hasta el final de sus vidas. En el caso de Lukács es aún más remarcable, porque tres años antes de su fallecimiento en 1971, escribe al vicesecretario general del Partido Comunista Húngaro y le comenta que no está dispuesto a aceptar una barbaridad como la invasión de Praga, lo critica públicamente y anuncia su disconformidad política ante ese atropello. Hablamos de un hombre que tiene entonces ochenta y tres años. No se rinde, no es un pingo almidonado que diría Francisco Fernández Buey.
Creo, pues, que honestidad intelectual, profundidad política y filosófica, compromiso poliético, en ambos casos, son nudos muy importantes, sin que eso niegue o nos haga olvidar –insisto hasta la pesadez más insoportable- las diferencias filosóficas y políticas entre ambos.
 Dentro del conjunto de las ideas de Lukács, creo que su estética es de las más importantes y conocidas. Deberíamos señalar que Sacristán tiene una posición crítica ante varios juicios estéticos de Lukács, juicios especialmente interesantes cuando se piensa que Sacristán tiene una vertiente literaria, cultural y artística muy importante y que abarca muchos ámbitos diferentes: su gusto por Brossa, su conocimiento de literatura alemana como Goethe o Heine. ¿Qué papel juega Sacristán en la cultura de la Barcelona de los 60 y 70?
La pregunta, que es muy pertinente, muy aguda, pero es muy amplia. Trataré de resumir un poco… Por si acaso me olvido, y ahora que hablamos de literatura, de creación artística, me gustaría agradecer públicamente y varias veces, el excelente prólogo que ha escrito Constantino Bértolo para el libro. Si descontamos los textos incluidos de Sacristán, lo mejor del volumen probablemente. Sobre lo que preguntas, Bértolo sabe mucho más que yo. Él tiene una gran finura en el ámbito de la crítica literaria, donde yo me muevo con mucha más dificultad. Agradezco a Constantino su texto. Es un texto muy hermoso e interesante.
Sobre lo que me preguntas. Sacristán estudió Filosofía y Derecho. Esto último era algo muy propio de las clases medias barcelonesas de la época. Normalmente, deseaban que sus hijos estudiaran Derecho. Lo veían como una forma de acceder fácilmente a cómodas posiciones profesionales. Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, también era abogado, al igual que Costafreda o Castellet. Lo mismo que Francesc Vicens y Barral si no ando errado.
Lukács y Sacristán fueron dos grandes pensadores revolucionarios, que adoptaron un compromiso político muy importante
Cualquier intelectual que se precie no puede estar alejado de las cuestiones literarias. Eso se nota mucho en Laye(1950-54) donde Sacristán, aparte de textos filosóficos sobre Ortega y Heidegger y otras temáticas, escribe mucha crítica literaria, teatral y musical. Hasta el punto de que algunos de los entrevistados en los documentales de Juncosa comentaban que, antes de ir a ver una obra de teatro, esperaban –no eran los únicos- a ver qué decía Sacristán sobre la obra. También en Laye, “la inolvidable” en palabras de Castellet, se publicó la aproximación de Sacristán al Alfanhuí de Sánchez Ferlosio, un texto de 1953 que sigue siendo muy interesante, muy vivo. Laureano Bonet, que de esto sabe mucho más que yo, podría ratificar mi comentario (Lo hace, de hecho, en los documentales de Xavier Juncosa de los que hablábamos).
Años más tarde está la traducción y presentación de la obra en prosa de Heine, que es, probablemente, uno de los mejores trabajos de crítica literaria de Sacristán, sumado a su presentación de la obra de Goethe, traducida por su amigo José María Valverde. Sacristán escribió una obra de teatro en un acto, El Pasillo [7], a finales de 1953, antes de su viaje Alemania, donde publicó un artículo sobre el teatro español en la posguerra. Luego, como es sabido, se aproximó a la obra de Brossa y de Raimon.
Todo esto, en la Barcelona de los años 70, no es que se desconociera, pero Sacristán era visto ante todo como un marxista con un gran compromiso político, y a la gente que le conocía le interesaban sobre todo sus textos de intervención y sus singulares reflexiones político-filosóficas, probablemente únicas en el panorama cultural catalán y español de aquellos años. Pero su aportación cultural, digámoslo así, de crítico literario, incluso de autor, está ahí. Antoni Tapies, que acaba de fallecer hace poco, y su mujer le escribieron una carta en 1969 [8] donde afirman que gracias a su texto, al prólogo de Sacristán, mucha gente podrá acercarse con más facilidad y mejor orientada a la obra de Brossa, cuando éste era aún casi un perfecto desconocido para mucha gente.
Lo mismo en el caso de Raimon, un cantautor enormemente importante en Cataluña y España en los años 60 y 70 (y en los 80, desde luego, e incluso en la actualidad). No es casual que Raimon pensara en Sacristán para el prólogo de sus Poemas y canciones. Fue idea suya según tengo entendido, aunque es posible que Xavier Folch también interviniera en el tema.
Recuerdo, innecesariamente, que de los cinco volúmenes de Panfletos y materiales uno, Lecturas [9], el 20% digamos, recoge sus trabajos de crítica literaria (y no están todos sus textos). Sacristán tiene una obra como crítico literario y teatral muy importante. También tenía una gran agudeza en temas cinematográficos. En los apuntes de Metodología que tengo guardados, sus clases en la Facultad de Económicas, hay de cuando en cuando comentarios que hacía en clase sobre películas que se veían en aquellos momentos. Por ejemplo, sobre El teléfono rojo de Kubrick, probablemente una de sus películas preferidas, o sobre Mon oncle d’Amerique, una película de Alain Resnais que Sacristán comentó con mucha agudeza y mucha información científica, de la buena, mejor que la que tenía Resnais cuando hizo la película. Comentarios breves, pero muy interesantes.
Además era un buen, un excelente lector de poesía. Y entre los poetas castellanos, no hablo de autores alemanes, de Pascoli, de Guillevic, aparte de los clásicos como Garcilaso, Fray Luis de León, Rubén Darío y otros, creo que entre los que le interesaban más estaba Jorge Guillén, por quien sintió una gran predilección. Se me escapan las razones. Hay más, pero no quiero hacerme más pesado.
 Me has dejado impresionado con lo del cine, no tenía ni idea. E incluso también tenía conocimientos sobre el mundo del cómic, según documentaste en una de las notas de Sobre Dialéctica [10], ¿verdad?
Gracias, se me había pasado. También, tienes razón, aunque esto lo conozco menos. Sacristán era aficionado a los cómics y conocía ese mundo. Incluso, no voy a decir que fuera un autor de cómics porque sería un atrevimiento, pero Sacristán hizo cómics de hecho. Se explica muy bien en los documentales de Juncosa (¡son una mina!). Cuando por razones de su militancia llegaba a casa tarde, y su hija Vera, que entonces era muy pequeña, ya estaba durmiendo, Sacristán le dejaba dibujos, dibujos maravillosos, sobre cosas que habían ocurrido durante el día. En Integral Sacristán Vera muestra alguno, y tanto a Xavier y a Joan Benach, como a mí mismo, nos parecieron hermosos, muy hermosos, muy bien dibujados. Eran viñetas muy bien pensadas, entrañables.
Definitivamente, la expresión sería muy del gusto de Juncosa y Joan, Sacristán fue un pensador -y no sólo un pensador sino un ser en el mundo (en expresión heideggeriana que no sería muy de su agrado)- poliédrico. Tenía mil caras y la mayoría con registros propios.
 Perdona que me haya salido del tema, pero esto del cómic es algo que tenía en la cabeza desde hace tiempo.
Pero está bien, muy bien que lo preguntes, porque forma parte de la faceta creativa de Sacristán. Un apunte más sobre esto. Antes hablábamos de la obra de teatro El Pasillo que escribió  a finales de 1953. Alfonso Sastre, que nunca habla por hablar, me escribió una carta hace poco hablando bien, muy bien, de esa obra de teatro en un acto que nunca se ha representado. La obra fue publicada en una revista que se llamaba Revista Española que dirigían el propio Sastre, Ignacio Aldecoa y Rafael Sánchez Ferlosio.
Este último, por cierto, fue muy amigo de Sacristán. Como Carmen Martín Gaite o su hermano, el gran lógico leibniziano Miguel Sánchez-Mazas. Existen unas cartas entre ambos que van desde el año cincuenta y pocos hasta mediados de los sesenta. Yo mismo he editado una de ellas, la de Sacristán, de 1964, la única a la que he podido acceder. Años más tarde discutieron por el tema de la OTAN, y creo que Sánchez Ferlosio se alejó un poco de Sacristán. Pero Sacristán tenía devoción intelectual por Sánchez Ferlosio, le consideraba un intelectual de primer orden. Lo dice explícitamente en 1979, seis años antes de su fallecimiento, en una entrevista –magnífica, imprescindible, de lo mejor de Sacristán que es mucho- que le hicieron para el Topo Jordi Guiu y Antoni Munné. Cuando Sacristán iba a Madrid a reuniones clandestinas del PCE solían reunirse, si no ando errado, en la casa de Javier Pradera, donde iban también Víctor Sánchez de Zabala, por quien Sacristán también tenía una gran admiración y cariño, y Sánchez Ferlosio. Folch iba también a estas reuniones pero solía estar más bien como espectador. Se quedaba absolutamente deslumbrado por los comentarios que hacían todos ellos. Horas y horas hablando sobre temas lingüísticos, filosóficos… Entre nosotros, a mi me hubiera encantado estar allí, aunque fuera en un rincón con poca luz, tomando apuntes. ¡Hubiera sido una experiencia inolvidable! Alguien debería hacer una película sobre ello. Se lo podríamos proponer a Xavier Juncosa o a Víctor Erice, quien vio por cierto los documentales de Juncosa y le encantaron. Me lo comenta en una carta que guardo también como tesoro.
3_salvador03Manuel Sacristán en su estudio en 1985
Como decía antes, El Pasillo es una obra que nunca se ha representado. Alguna vez, decía, deberíamos hacer una representación de esta obra como homenaje al autor. Es una faceta creativa de él, igual que en el caso de los cómics.
 Cambiando de tema, una de las facetas más importantes sobre el pensamiento de Sacristán son sus reflexiones sobre la ciencia, tanto en su relación con la dialéctica como con la concepción del mundo, el programa, etc. Sacristán era, además, una persona con una situación de privilegio intelectual por sus conocimientos de lógica y de epistemología muy raros en la España de la época, derivados de sus estudios en Münster. En Entre clásicos se muestra una posición crítica de Sacristán con ciertos pasos de Lukács, como cuando critica que éste pretende deducir una ciencia de una concepción del mundo, o, en el capítulo 11, donde realiza varias críticas en este ámbito. Sacristán tiene una posición de firme defensa de la ciencia, de no sustituirla por otros ámbitos como la dialéctica o la ideología, etc. ¿Cuál es el valor de la ciencia en el pensamiento de Sacristán y que posición crítica le lleva a adoptar?
Las críticas de Sacristán en este ámbito se deben a que sabía más que Lukács sobre todo esto. Uno no puede, ni Marx, ni siquiera Bunge,  saberlo todo sobre todo y Lukács que tenía enormes conocimientos en muchos y diversos ámbitos, en estos temas no andaba muy puesto. A veces hablaba un poco gratuitamente y Sacristán en estas temáticas –y en muchas otras- está muy alerta. Todo eso tiene que ver con la formación filosófica de Lukács. No es que eso marque a uno para toda su vida, pero esa concepción, que está en los orígenes de la filosofía inicial del joven Lukács, seguramente estuvo presente en una parte notable de su aportación filosófica. Algunos de los pasos que Lukács da en El asalto a la razón y que Sacristán critica, con mucha razón en mi opinión, tienen que ver con eso que estamos hablando.
Sacristán es otra cosa en todo esto. Está muy alejado de las posiciones de Lukács en el asunto de las relaciones entre filosofía, concepción del mundo, ciencia, ideología y conceptos afines. De hecho permíteme enunciar un contrafáctico que tal vez tenga poco interés y que en general es poco recomendable: si Sacristán hubiese vivido en otro país, y hubiera podido hacer otra vida social, con otra situación económica y académica, sin represión política ni persecución académica, se habría convertido en un lógico (y filósofo de la lógica) de primera fila internacional. No tengo apenas dudas de que habría pasado a la historia de la lógica y con letras de buen tamaño.
De hecho está ahí, en la historia de la lógica de nuestro país. Uno puede tener simpatía o no por Sacristán por motivos políticos o filosóficos, pero es muy importante que un filósofo e historiador como Luis Vega, que desde mi punto de vista es uno de los grandes lógicos que este país ha dado hasta el momento, se aproxime a Sacristán desde un punto de vista científico y analítico considerando que su obra ha sido esencial para la consolidación de los estudios de lógica en nuestro país, y que el manual que publicó en el año 64 [11], aparte de otras aportaciones posteriores, fue muy, pero que muy importante. Es muy notable.
Sin embargo, Sacristán no llegó a escribir su tesis doctoral sobre Lógica sino sobre Heidegger…
La tragedia de Sacristán en este vértice es que cuando volvió a España no pudo hacer ninguna tesis doctoral sobre lógica, posiblemente porque nadie podría dirigirle una tesis de esta temática (¿quién entonces?), y tuvo que hacerla sobre Heidegger, sobre su teoría del conocimiento. Lo lógico, lo normal quiero decir, hubiera sido que, tras sus cuatro semestres de lógica en Münster, al volver aquí, su tesis tuviera que ver con alguno de los temas allí estudiados; sobre el Ars Magna de Llull, por ejemplo. Sin embargo su investigación (pidió descanso de militancia al PSUC para dedicarse a ella) no tuvo nada que ver con lo que había estudiado en Westfalia. Años después, en 1962, no aprueba, no puede conseguir la Cátedra de Lógica de Valencia, algo que él mismo sabía perfectamente que no iba a conseguir porque la cosa estaba cantada y la melodía tenía el ritmo y las notas del Opus Dei. El candidato era Manuel Garrido y él obtuvo la plaza. Luego Garrido, lo digo en favor suyo, como detalle a no olvidar, cuando consiguió su plaza en Valencia, muy joven, le ofreció a Sacristán ser ayudante suyo. Él, por lo que sea, no aceptó (¡menos mal! ¡hubiera sido más difícil conocerle!), pero  quede dicho lo anterior a favor de Manuel Garrido, quien luego se formó por su cuenta, según creó, y de Lógica llegó a saber un montón. Hay un conocido manual suyo que se publicó y estudió en los años setenta.
Pero entonces, en la época de las oposiciones, Sacristán era la persona que más sabía de Lógica en España, junto con Miguel Sánchez Mazas, quien si no recuerdo mal ya estaba entonces exiliado en Suiza, y Víctor Sánchez de Zabala. Sacristán se carteó con los dos, y ambos comentaron con mucho detalle, y con merecidos elogios, su libro de lógica de 1964. A Sánchez Mazas, por ejemplo, no se le escaparon las magníficas aproximaciones de Sacristán al teorema de incompletud de Gödel.
Hay un punto de separación entre Lukács y Sacristán. Lukács tiene una formación filosófica mucho más clásica, y cuando deviene un filósofo marxista sigue siendo un filósofo en el sentido tradicional. Sacristán no cultiva la filosofía de esa forma; jamás pensó que el marxismo fuera una filosofía sistemática.
Poseía también conocimientos de matemáticas y físicas…
Luego, además, Sacristán tenía unos conocimientos matemáticos muy interesantes. No es que fuera un estudioso de la matemática ni de su historia por lo que sé, pero tradujo unos volúmenes para Grijalbo antologizados por Neumann que se llamaban Sigma [12], textos muy interesantes para la época…
También tenía un bagaje de física interesante. Desde joven le interesaron cuestiones cosmológicas, y leyó y estudió libros de divulgación de ciencias físicas. Einstein fue una de las lecturas que le ocuparon toda su vida, como científico y como filósofo moral. Su discípulo y luego amigo y compañero Paco Fernández Buey siguió también ese senda.
En definitiva, Sacristán tenía un poso muy importante en temas científicos. De hecho, una de las causas que explica el porqué él no cayó nunca en una exposición poco informada de la dialéctica tiene que ver con esto que hablamos. El autor de Lógica elemental (en sentido técnico de la expresión), nunca concibió la dialéctica como una lógica alternativa. Eso le parecía un disparate, y aunque ahora nos puede parecer muy evidente, en su momento hubo muchos intentos de construir una lógica formal dialéctica que de alguna forma superara el principio de no contradicción. Sacristán, que sabía de estos intentos, jamás dio ningún tipo de apoyo a estos estudios o investigaciones. Impartió conferencias críticas sobre ello. Se conservan apuntes de todo ello. Yo mismo he editado algunas cosas en Sobre dialéctica.
Por otra parte, creo que es muy notable su noción de la dialéctica como intento de comprender las singularidades concretas a partir de, digamos, una construcción creativa de la aportaciones de las diferentes ciencias, saberes empíricos y aproximaciones artísticas. Curiosamente, cuando vamos al Sacristán más maduro, me refiero a sus estudios de ecología, todo esto tiene mucha importancia, porque de alguna forma la ecología recoge esa idea; como otras ciencias, no digo que sea la única disciplina que responde a esta pulsión. Se trata de intentar comprender un ecosistema determinado a partir, digamos, de los conocimientos de diferentes ciencias, y, a partir de todo, ello generar una comprensión unitaria y creativa de las aportaciones. Aquí sí que haría un punto de separación entre Lukács y Sacristán. Lukács tiene una formación filosófica mucho más clásica, y, aunque rompa con ella, cuando deviene un filósofo marxista sigue siendo un filósofo en el sentido tradicional. Tal vez no al final de su vida, ya en los 60, cuando las Conversaciones, ahí la cosa ya no cuadra exactamente con lo que estoy diciendo. Pero durante muchos años de su vida y obra sí. Y esto es una cosa que en Sacristán no se da, como mucho tal vez en algunos momentos de su juventud, pero desde ya desde muy joven Sacristán no cultiva la filosofía de esa forma. Como sabes muy bien él jamás pensó que el marxismo fuera una filosofía sistemática. El la formuló de una manera muy diferente. Hay textos de 1968 muy interesantes a este respecto.
 Siguiendo esta cuestión de la ciencia, en una parte del capítulo ocho de Entre Clásicos, titulado El Asalto Destructivo a la Razón, comentas un paso que a mi juicio es interesantísimo, no sólo a nivel académico sino a nivel militante, para hacer política práctica, para un cuadro medio de cualquier movimiento social o revolucionario. Me refiero a cuando Sacristán habla del papel de la ciencia en el Programa, y cuando habla acerca del tipo de mediación que debe tener la ciencia en el Programa. En este aspecto, explica que la ciencia no puede producir directamente el Programa sino que hay unas mediaciones dentro de las cuales existen, entre otras cosas, algo que él llama valoraciones: una forma de racionalidad que, de algún modo, no es un uso exactamente igual que el de la ciencia. Esto tiene mucho que ver con los principios ético-políticos del comunismo, y, a su vez, está muy relacionado con la posición de clase, como explicas en algún momento en el que mencionas a Gramsci. ¿Cómo podríamos definir estas valoraciones, que juegan un papel importante en la mediación de la ciencia con el programa, y que según Sacristán deben hacerse de una manera explícita?
Eso que recoges, que creo que está en un texto de finales de los años 60, y que rectifica parcialmente tesis del Prólogo de su traducción del Anti-Dühring [13], fue una preocupación constante en Sacristán, y de alguna manera demuestra la complejidad – no gratuita, no para impresionar pedantemente – del marxismo por él practicado. Hablamos de un texto de finales de los 60, y desde entonces ha corrido muchísima tinta y sangre y explotación, desde luego. Sacristán fallece en 1985, y desde entonces la filosofía normativa en los ámbitos ético-políticos ha avanzando mucho en estos ámbitos, como explican muy bien autores como Toni Domènech, Paco Fernández Buey, Andrés de Francisco, Joaquín Miras y otras intelectuales sólidos.
Yo creo que la idea de Sacristán es que el movimiento comunista, al igual que otros movimientos emancipatorios, tiene unas finalidades, que no son dogmáticamente inamovibles desde luego, que aspiran a lo que aspira cualquier movimiento de estas características: justicia social real, mayores libertades (reales también), mayor comunidad solidaria, ausencia de explotación, ruptura con la (sin)razón patriarcal, una forma radicalmente otra de relacionar la especie con la Naturaleza y de concebir muchos procesos productivos, etc. Se trata de entender que existe un conjunto de finalidades que deben ser consistentes para tener futuro, para contar socialmente, y que ese movimiento, para poder avanzar, y esto es lo esencial, el avance práctico del movimiento, necesita del mejor conocimiento posible de lo existente. Y para que tengamos ese conocimiento de lo existente, hay además de ciencia, de conocimiento siempre revisable, la experiencia militante, que, desde luego, también es nudo esencial de conocimiento y de praxis de la tradición. La experiencia, el saber de los militantes, de los activistas, de los ciudadanos trabajadores, es vital en su forma de ubicarse críticamente en el mundo. La conciencia viene de dentro y de fuera. No tienen por qué leer a Einstein, a Heisenberg, a Cantor, a Crick o a Gödel para comprender muchas cosas importantes del mundo. Mejor si lo hacemos claro está. Pero, como decía, juntamente con esa experiencia militante y de vida de los y las trabajadoras, de las personas integradas en movimientos de este tipo, también hay conocimientos del mundo académico o no académico, más trabajados o formalizados si queremos decirlo así, que ayudan también, claro está, a comprender la situación. Y desde luego un movimiento que aspira a mejorar el mundo en un sentido positivo, debe conocer lo mejor posible el mundo del cual se parte para darle una buena patada en el trasero. Lo cual no quiere decir, permíteme la puerilidad, que se tengan conocimientos definitivos y perfectos, listos para embalar y aplicar urbi et orbi. Podríamos estar tranquilamente en la academia, durante décadas o incluso siglos, hasta que conociéramos mejor las cosas, incluso más que mejor, sin hacer o intentar ningún movimiento de cambio práctico o cuanto menos de resistencia. Dada la aspiración poliética en la que se está, ese proyecto sería un puro sinsentido. Marx y su tradición -insisto: entre otras – beben del mundo y luchan por otro mundo que es ya posible y necesario.
3_salvador04Manuel Sacristán Luzón; filósofo
Me parece interesantísima la forma en que aborda esa distinción metodológica entre conocimientos y finalidades. ¿Y cómo planteó Sacristán la, digamos, revisión o actualización de las finalidades del comunismo?
Sacristán se da cuenta que por una parte hay una parte esencial que es aspirar al mejor conocimiento que podamos de lo existente, y eso no tiene por qué ser tan sólo posible desde el mundo de la ciencia y de la academia, sino que la experiencia de la ciudadanía también es un cúmulo de aportaciones – conocimiento no equivale o no se identifica sin más con conocimiento científico y académico, abarca más cosas – y, por otra parte, están las finalidades del movimiento, que no son inamovibles desde luego. ¿Por qué iban a serlo? Revisar no significa siempre renunciar. Él mismo, a partir de la irrupción de los temas ecológicos, revisó la forma de concebir esas finalidades, su contenido mismo. El comunismo pudo entenderse, acaso por falta de finura, como una aspiración a un mundo pletórico de objetos y servicios, y eso en su momento pudo tener algún sentido, pero lo ha perdido cuando empezamos a darnos cuenta de los límites y consecuencias del desenfreno fáustico de este desarrollo industrial que no tiene ningún sentido positivo – no sólo los marxistas-comunistas han señalado este vértice esencial -, y observa la complejidad, que exige mimo, paciencia y pruebas, de enlazar este conocimiento de lo existente con la finalidad del movimiento. Todo esto es un trabajo no científico sino de reflexión teórico-práctica, de reflexión praxeológica que diría Sacristán, de racionalidad praxeológica. Hay que pensar, probar, reflexionar, practicar, aunar esfuerzos, y todo eso permite intentar avanzar hacia metas, en la medida de nuestros procedimientos y sobre todo de nuestras fuerzas militantes. Problema, no se me escapa, ni quiero ocultarlo: la urgencia de cambios esenciales. Pasado un límite, el daño será inevitable. Nadie nos asegura que, una vez más, metamos la pata hasta el fondo. Las sociedades clasistas son así de irracionales.
Insisto: cuando hablamos de cambiar el mundo, el conocimiento es muy importante, pero no basta con ello: es muy importante la organización, los sentimientos – rabia, indignación, rebeldía -, el apoyarse en nuestras tradiciones, el ser capaz de mirar críticamente la tradición de cada uno por supuesto. El no plegarse frente a nada es decisivo.
¿De esta importancia que da Sacristán a la ciencia surge este interés que desarrolla por la problemática ecológica?
De nuevo depende de cómo queramos verlo. Tampoco hay en Sacristán una mitificación acrítica del mundo de la ciencia. Una cosa es no admitir -cosa que él nunca hizo- esa distinción absurda entre ciencia burguesa y ciencia proletaria. No tiene sentido descalificar la física contemporánea porque Heisenberg fuera un pequeño burgués patriótico bastante peligroso o porque Einstein proviniese de cierto grupo social, o porque De Broglie fuera un aristócrata. Esto no tiene ningún sentido y conduce a locuras. Pienso en Lysenko y en el lisenkismo y en los desastres y muertes que causó.
En cambio, Sacristán es capaz de entender que el mundo científico, en su complejidad, permite, como cualquier otro espacio, aproximaciones críticas, y que debe hacerse así. Una de sus intervenciones centrales en sus últimos años fue intentar difundir y propagar lo que debería ser una política científica de orientación socialista. No bastaba con decir “cuanta más ciencia, mejor, y así siguiendo”. No, no es tan sencillo. La paradoja que él dijo muchas veces a lo largo de los últimos años, y que es muy conocida pero que sigue siendo muy viva, es aquello de que lo malo de la ciencia actual es que es demasiado buena. Él quería decir que lo malo – lo malo políticamente, porque detrás de la ciencia y la técnica contemporáneas están monstruosidades, no son las únicas, como Hiroshima y Nagasaki, por poner un ejemplo entre otros muchos – lo malo de esa gran barbaridad, es que el conocimiento que posibilita esa barbarie es muy bueno científicamente. ¿Por qué? Porque si la bomba atómica existe es porque hay una física detrás de ella que comprende bien el mecanismo de la fisión de la materia. Si las ciencias físicas fuesen un conjunto de disparates, o de chifladuras ideológicas de cuarta fila, no habría ningún problema. Sé que hay otras caras positivas de la ciencia. Gracias a ella tenemos fármacos que nos vienen muy bien cuando tenemos enfermedades. Y muchas más cosas. El problema es el poder destructivo de la ciencia. Sacristán también pensó en las biotecnologías – si estuviese viviendo ahora sabría aún mucho más de todo eso – porque han adquirido una gran importancia en los últimos años.
Ese interés por esta problemática estuvo presente en él durante mucho tiempo. ¿Qué ocurrió? Digamos, que cuando él de alguna forma, a principios de los años 70, después de la invasión de Praga, después de ponerse con Gramsci, al que había estudiado muchos años antes, y darse cuenta cabal de la tragedia del ser humano y del político revolucionario Gramsci; después de dimitir del Comité Ejecutivo del PSUC, y después de vivir tiempos difíciles -Sacristán estuvo enfermo durante dos años aproximadamente-, cuando él resurge de todo aquello, y sin renunciar a las finalidades comunistas, ve –ya había señalado cosas antes- que hay que revisar muchas cosas: cimientos solidificados, categorías repetidas, formas de entender nociones claves, miradas críticas al pasado de la historia de la tradición, etc. Sacristán entiende que hay nuevas cosas, y que son esenciales, y unas de éstas es la irrupción de la problemática ecológica y el movimiento ecologista. Cuando toma consciencia de todo aquello, pone sus manos y su magnífico cerebro en acción.
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¿A qué época corresponden sus primeros textos sobre la ecología?
La verdad es que es muy sorprendente por la época en que lo hace. El primer texto que publica creo que es del año 77-78, pero ya venía hablando de todo esto hacía tiempo. Estoy pensando, por ejemplo, en una colección que él propone a Grijalbo en 1972, donde utiliza una noción que es sociofísica, categoría que luego no volvió a usar, pero donde ya habla de estos problemas, ya está tomando nota de todo esto que a nosotros, ahora, nos parece evidente, y se da cuenta de que alimentar la tradición de manera no talmúdica pasa también por señalar y argumentar temáticas que poco a poco se han ido imponiendo. En esas coordenadas estamos y de modo esencialísimo. ¿Se equivocó también en esto? Así, de entrada, permíteme el juego lingüístico nada inocente, no lo parece.
Estas intervenciones no siempre fueron bien comprendidas. ¿me equivoco?
Cuando empieza a hablar de estos temas en público, cuando empieza a hacer intervenciones aquí y allá, desde 1975 o 1976 si no recuerdo mal, hasta los 80 y tantos – al final de su vida, cuando está enfermo, cuando le fallan las fuerzas, no tanto tal vez -, cuando habla de estos temas, decía, mucha gente, de los suyos, de los nuestros, se reía. Yo recuerdo muy bien, estamos en 1979, una conferencia que ofreció en la Facultad de Filosofía, de la que de hecho tuvimos que trasladarnos a la Facultad de Geografía e Historia porque había tanta gente que se temía que se hundiera el suelo de la Facultad… No es broma, no exagero, no creo una ilusión heroica. Estaba José María Valverde  aquella tarde, entre el público. Sacristán le citó en el coloquio: “Hay un poeta en la sala…”. En esta conferencia, que está publicada, hizo una grandiosa intervención, y recuerdo, en el debate, que a algunos militantes del PSUC -eran gente honesta, no pretendo hablar mal de ellos – les sorprendió tanto la reflexión de Sacristán que cuando intervinieron vinieron a decir que estaba defendiendo chorradas. Que el país, que España lo que necesitaba era desarrollarse, crecer, y que eso de controlar las fuerzas productivas, productivo-destructivas las llamó él otra vez con acierto, era claro indicio de irrealismo, de no tocar mundo político. Era lo que muchos seguían pensando: que era una persona con una gran capacidad filosófica, pero políticamente ineficaz, idealista, torpe, simple incluso, poco realista, etc. Todo esto fue un disparate obsceno desde mi punto de vista, pero durante muchos años fue un tópico asentado entre la opinión de muchísimas personas luchadoras, admirables desde muchos puntos de vista.
¿Y cómo reaccionó Sacristán ante ese clima de escepticismo ante sus propuestas?
Esta aproximación, que en aquellos años, según me contó un día Paco Fernández Buey, Sacristán llamaba en broma “el lío padre”, le lleva a meterse más en estudios de biología, geología. También en ese período aparece su preocupación por temas de antropología y temas afines, etc. Pienso en sus notas a la biografía de Gerónimo. Pero sí, hay mucho de eso que decimos, un intento de cultivar y aproximarse a temática nueva. Sacristán no cultivó ciencia, no elaboró un texto de ecología claro está. Lo que hacía era leer a los clásicos del tema y a la gente que le parecía interesante. Pero lo que intentó es hacer una valoración crítica, y se dio cuenta de que gran parte de la ciencia autocrítica de la última parte del siglo XX provenía de estos ámbitos. Gente seria científicamente, que, al mismo tiempo, eran capaces de ver que ciertas investigaciones y desarrollos conducían a ámbitos muy poco recomendables. Tengamos en cuenta también que su hermana menor es científica, una bióloga muy informada y de dilatada carrera en Alemania, y que su cuñada, la hermana de Giulia Adinolfi, Anna, era bioquímica. Su cuñado también. Luego está su amistad con el médico y radiólogo antinuclear Eduard Rodríguez Farré. Los primeros números de mientras tanto incorporan artículos suyos que hoy, más de 30 años después, siguen siendo de interés. Yo, personalmente, soy también un admirador de este gran científico franco-barcelonés que nació en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Su vida, su obra, pide a gritos una biografía documentada. Es una de mis tareas pendientes.
 Hay otro aspecto que se trata en el libro que es sobre Lenin, con quien Sacristán mantiene duras críticas en cuanto a su epistemología, lo que no le impide apreciar el paso del Lukács hegeliano al Lukács leninista, esa adscripción leninista de Lukács, y especialmente por la función de Lenin en la dialéctica. Sacristán aprecia mucho la valoración de Lukács de Lenin en cuanto que fue capaz de desarrollar la acción en lo concreto, el “análisis concreto de la situación concreta”, que da lugar a una política concreta. Esto me ha parecido muy interesante, tal vez en contrapunto a la visión crítica de Sacristán sobre la epistemología leninista. ¿Qué rasgos tiene esta afinidad entre Lukács y Sacristán en cuanto al leninismo?
Yo creo – no descubro ningún nuevo mar sin contaminación- que tanto uno como otro se dan cuenta de la gran importancia política de Lenin. Sacristán no pensaba que Lenin fuera un filósofo académico o algo así, no lo fue. Lenin fue un revolucionario y se puso en temas filosóficos por motivos políticos. No me atrevería a decirlo en el caso de Lukács tan claramente, pero en el caso de Sacristán una cosa que le molestaba bastante era la idealización que se hacía de las dos aportaciones filosóficas de Lenin, la de Materialismo y Empiriocriticismo y la de Cuadernos filosóficos. Creo que Sacristán pensaba que la segunda era más fina que la primera, pero queMaterialismo y empiriocriticismo no era precisamente Las raíces de la referencia de Quine. Su presentación a la edición castellana de la obra, una conferencia de 1970 que impartió en la autónoma de Barcelona, se iniciaba con estas palabras: “La insuficiencia técnica o profesional de los escritos filosóficos de Lenin salta a la vista del lector. Para ignorarla hacen falta la premeditación del demagogo o la oscuridad del devoto”. ¡Directo a la diana! No era muy frecuente escribir esas cosas en aquellos años.
En los papeles de trabajo de Sacristán, así como en los dos escritos que tiene sobre Lenin, que fueron, que son dos textos potentes, El filosofar de Lenin  y Lenin y la filosofía [15], yo creo que lo que intenta hacer ver es que la mejor filosofía de Lenin es, por así decirlo, su práctica política y sus reflexiones en torno a ella. Y que, cuando hace filosofía teórica, tiene las mismas o parecidas dificultades que tenemos las personas cuando hablamos de algo que no es lo nuestro al cien por cien. Yo creo que es esto.
Una de las intervenciones centrales de Sacristán en sus últimos años fue intentar difundir y propagar lo que debería ser una política científica de orientación socialista
Hablando de esto, ¿cómo reaccionó Sacristán a la forma en que el PCE abandonó el leninismo?
No es que al final de su vida Sacristán fuera un leninista en un sentido tradicional y conservador del término, pero sí le molestó mucho, muchísimo, que el Partido Comunista de España y el PSUC abandonaran su declaración de principios leninista en la forma en que se hizo. Coger a Lenin, echarlo a la cuneta y decir que ya no valía para nada, que ninguna de sus aportaciones tenía ningún tipo de interés, que ellos no eran leninistas sino marxistas revolucionarios y democráticos…, todo eso eran concesiones, simples concesiones para “quedar bien en sociedad”. Son discusiones que ahora, en 2012, no tienen mucho sentido, pero que en su momento sí lo tenían. El Partido Comunista y el PSUC rompieron con esa tradición y a él le pareció políticamente poco honesto. Creo que fue Carrillo – de quien no siempre Sacristán tuvo una mala opinión política -, que había viajado a EEUU y estaba interviniendo en alguna Universidad usamericana, quien anunció que el Partido abandonaba el leninismo. Sin más. Que lo dijera sin discutir con los militantes del Partido, en una intervención política académica, para quedar bien ante las grandes autoridades, le pareció peor que mal. Se puede ver en sus textos, en sus intervenciones…
Perdón por la interrupción. Hablabas de la visión de Lukács y Sacristán sobre Lenin…
En definitiva creo que puede decirse que Lukács y Sacristán coincidieron en que Lenin era un gran político revolucionario, y que su gran obra fue ponerse a la cabeza de un movimiento de millones de personas, y ser capaz de entender el momento concreto y ver por dónde había que tirar en aquellos momentos. Lo hizo con mucha visión histórica aunque luego, pocos años después, cayera en una profunda depresión política, como es sabido, ante lo que se venía encima. Sacristán apreciaba mucho, además, dos textos que el revolucionario húngaro escribió sobre Lenin. Se publicaron en Grijalbo. Uno de los escritos, el más breve fue traducido por él. El otro lo tradujo su amigo y colaborador Jacobo Muñoz.
Sacristán estaba convencido -esto se lo he leído u oído alguna vez- de que Lenin había muerto de depresión, que cuando en los años veinte empieza a ver todo lo que estaba pasando allí, se pone enfermo. Lo dejo aquí. Aunque soy consciente de no haber respondido muy bien a tu pregunta. Me dejo cosas en el tintero. Disculpas.
Todo lo contrario, tu respuesta me parece enormemente interesante. Por último quería preguntarte por una idea que aparece en los capítulos finales del libro, relacionada con la noción de conversión, que es un término muy interesante, no sé si arriesgado, o al menos novedoso cuando Sacristán lo plantea en los años 80. Es una noción que, leyendo los capítulos finales de “Entre clásicos”, parece que tiene resonancias con la reflexiones de Lukács acerca de construir una religación emocional colectiva. Parece que hay un paso en el marxismo, por otro lado ligado a la visión no meramente economicista y productivista del marxismo, algo que comparten Sacristán y el Lukács maduro. ¿En qué consiste la conversión? ¿Consideras que guarda alguna relación con el pensamiento de Lukács? Querría apostillar que me parece una noción especialmente interesante cuando, precisamente, una de las cosas que Sacristán observa en las tesis de Lukács es su carácter antiutópico, como se señala en el capítulo 21 de “Entre clásicos”, cuando tratas las tres tesis previas a las cuestiones políticas de las Conversaciones. Me parece muy interesante cómo se orquesta un elemento no utópico, que a mi juicio muestra un pensamiento nada simple, y al mismo tiempo un concepto tan novedoso como el de la conversión.
Lukács y Sacristán coincidieron en que Lenin era un gran político revolucionario y que su gran obra fue ponerse a la cabeza de un movimiento de millones de personas y ser capaz de entender el momento concreto
Sacristán bebe y se alimenta del último Lukács, hace bien, no tengo ninguna duda de ello. Creo que está muy bien, que beba él y que sigamos también nosotros bebiendo de ese Lukács. A mí me parece que incluso hoy en día es muy interesante lo que señala el filósofo húngaro en las Conversaciones de 1966.
Añado, he hablado de ello antes, que tanto Lukács como Sacristán son políticos realistas. No es que desprecien la utopía, si entendemos esa categoría en un sentido razonable del término, en cuanto la construcción teórico-práctica de algo nuevo. Pero sí si la entendemos en el sentido de una construcción ensoñadora de finalidades sin ningún tipo de fundamento. Tanto uno como otro son políticos realistas, y entienden que la revolución se hace con los seres humanos que vivimos aquí y ahora, y que pasa por aunar fuerzas militantes, por construir organización, por la lucha, y desde luego por el estudio, el apoyo y la argumentación política. No puede haber ningún tipo de duda sobre este punto en ambos casos.
Sacristán utilizó pocas veces la noción de conversión. La usó al final de su vida, provocativamente, para removernos un poco, en 1983, en una conferencia muy concurrida sobre la Tradición marxista y los nuevos problemas [16]. Esa idea la han cogido luego otros autores, otros amigos y pensadores revolucionarios, y a mí me parece que la han cogido, la han enriquecido muy bien. Estoy pensando, por ejemplo, en Jorge Riechman y en Paco Fernández Buey.
¿Provocativamante? ¿A qué te refieres?
Para captar mejor su propuesta hay que situarse en aquellos años, con las enormes dificultades del momento. En España es un momento en el que hay una evidente disminución de las energías de combate respecto a la organización que se había generado en la década anterior, en las décadas anteriores. Estamos hablando del año 1983: el PSOE había triunfado en 1982 y empezaban a llegar a nuestros oídos aquellos mensajes de que era bueno enriquecerse, que había que cazar ratones fuera como fuese, estaban los GAL, el terrorismo de Estado, y barbaridades de este tipo…
Yo creo que en ese contexto, repito, no de incremento de lucha sino más de lo contrario – luego más tarde vino el movimiento antiOTAN, pero estamos hablando ahora de 1983 – Sacristán se da cuenta de que, de alguna forma, algo tan elemental como intentar ser coherentes, consistentes entre el decir y el hacer, era cada vez más básico, y que era muy difícil que se pudiesen generar nuevas energías de cambio social si el mensaje que se lleva a la ciudadanía trabajadora, o no trabajadora, es una llamada a tener más bienes materiales, más posesiones, más coches, sin apuntar otras consideraciones. Sacristán pensaba que no bastaba con hablar, como clásicamente hacíamos, de una contradictoriedad entre las relaciones de producción privatistas y el desarrollo de las fuerzas productivas que cada vez eran más destructivas.
¿Y en qué consistía ese cambio que había que realizar?
Sacristán pensaba que el militante que estuviese a favor del cambio tenía que cambiar él también, y eso pasaba por una conversión del sujeto revolucionario que tuviera en cuenta elementos básicos. Su relación con la mujer – en el caso de militantes masculinos heterosexuales- no podía ser la tradicional, que había estado también muy presente – con excepciones admirables – en el movimiento comunista durante bastante tiempo; que su concepción de la economía no podía ser tan sólo pensar en producir más y más, y durante más tiempo, para que hubiese más bienes que pudiesen llegar a todos sin que Sacristán despreciase las necesidades básicas de las personas más desfavorecidas desde luego. Cosas de este tipo. Él plantea una lección muy importante: el sujeto revolucionario no es que tenga que ser un hombre nuevo, no en el sentido de este viejo concepto al que él mismo se aproximó en su momento, pero sí un individuo, un combatiente que debe intentar romper con muchos nudos no siempre comentados críticamente de la tradición y del mundo que nos rodea. Es decir, tiene que ser un individuo distinto, que no aspire a tener más bienes, y más casas y acumular riquezas, y que esté dispuesto además a formar parte y a dar batallas que parecen perdidas. Quedan restos siempre.
Parece una idea de plena actualidad hoy, ¿no?
Ésa es una idea que creo que cada día queda más patente y que, además, cada día está más dentro de todos. Cuando uno piensa en los movimientos que han surgido en nuestro país -  pensando en el 15-M, por ejemplo – uno se da cuenta, cuando vas a sus reuniones, de que muchas formulaciones que surgen en estos ámbitos recogen todo esto, una forma de concebir las cosas muy distinta, nociones que compartimos casi todos, o muchísima gente. Podemos pensar en realidades concretas, en conquistas sociales como Marinaleda. Uno ve que allí lo que se intenta construir es algo distinto, y que eso pasa porque los que están haciendo esa realidad distinta sean distintos, con otros valores, con otra forma de ubicarse en el mundo. Que sean transmisores de otros valores y vivan con otros valores.

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