"Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas". Antonio Gramsci.
A modo de modesto homenaje, escribo hoy cuando se cumplen 121 años de su nacimiento, sobre Antonio Gramsci, desde el convencimiento también de que sus aportaciones al marxismo y su análisis sobre la estructura social italiana nos podrían servir de inspiración a los y las que estamos luchando hoy para la teoría y la práctica revolucionaria en algunos aspectos concretos y generales de nuestra realidad social actual marcada por la crisis y decadencia del capitalismo global.
Antonio Gramsci, fue uno de los principales teóricos marxistas del siglo veinte y fundador del Partido Comunista Italiano. Sus contribuciones en el terreno de la teoría política, la sociología y el análisis de la cultura son al día de hoy de una extraordinaria relevancia. Nació el 22 de enero de 1891 en Ales, provincia de Cagliari; fue el cuarto hijo de siete, de una familia relativamente acomodada que se viene a menos cuando su padre es arrestado y condenado por falsedad en actos públicos. Privados del sueldo del padre, son años de extrema miseria para los Gramsci. En ese entonces Antonio, a raíz de una caída cuando tenía tres años, sufre un traumatismo que le provoca una deformación en su columna y no crece más: su altura no superará el metro y medio.
Instalado en Turín desde 1911 con la intención de estudiar Filología y Lingüística, Antonio Gramsci se ganaba la vida desde comienzos de 1916 como periodista escribiendo breves panfletos políticos en el periódico del Partido Socialista "Avanti!" y crítica teatral y artículos costumbristas en el semanario "Grido del popolo". Frecuenta a los jóvenes compañeros de partido, entre los cuales se encontraban Palmiro Togliatti, Umberto Terracini y Angelo Tasca, entre otros. El propio Gramsci nos lo cuenta de esta forma: "salíamos seguido de las reuniones del partido [...] mientras los últimos noctámbulos se detenían a observarnos [...] continuábamos nuestras discusiones, mezclándolas de propuestas feroces, de carcajadas estrepitosas, de galopes en el reino de lo imposible y del sueño".
Antonio Gramsci decide lanzar una publicación destinada a formar a los jóvenes socialistas, lo que ocurre el 11 de febrero de 1917 cuando aparece "La Cittá Futura". Este era un periódico de cuatro páginas íntegramente redactado por él y que representó un acabado resumen de la orientación política de Gramsci en sus primeros años de militancia socialista. El propio Gramsci señalaría más adelante que en aquella época "participaba en el movimiento de reforma moral e intelectual promovido en Italia por Benedetto Croce, cuyo primer punto era que el hombre moderno puede y debe vivir sin religión", sea ésta "revelada o positiva o mitológica o como se quiera decir". Consideraba Gramsci que esta era "la mejor contribución a la cultura mundial que hayan realizado los intelectuales modernos italianos" y juzgaba que semejante conquista civil "no debe ser perdida".
Desde el 1 de enero de 1921 Gramsci dirige “L’Ordine Nuovo”, que se había convertido en uno de los diarios comunistas junto a “Il Lavoratore” de Trieste e “Il Comunista” de Roma, este último dirigido por Palmiro Togliatti. El 21 de enero de 1921, tras la escisión del Partido Socialista Italiano, tiene lugar en el Teatro San Marco de Livorno, el nacimiento del Partido Comunista de Italia (PCI), sección italiana de la Internacional. En el comité central entra Antonio Gramsci, mientras en el Ejecutivo están Amadeo Bordiga, Bruno Fortichiari, Luigi Repossi, Ruggiero Grieco y Umberto Terracini.
Antonio Gramsci es elegido diputado, con 34 años, en las elecciones del 6 de abril de 1924 y puede entrar en Roma, protegido de la inmunidad parlamentaria, el 12 de mayo de 1924. Sin embargo, el 31 de octubre de 1926 Mussolini sufre en Bolonia un atentado sin consecuencias personales, que es utilizado como pretexto para eliminar el último residuo de democracia: el 5 de noviembre de 1926 el gobierno disuelve los partidos políticos de oposición y suprime la libertad de prensa.
El 8 de noviembre de 1926, en violación de la inmunidad parlamentaria, Antonio Gramsci es arrestado en su casa y encerrado en la cárcel de Regina Coeli. Después de un periodo confinamiento en Ustica, el 7 de febrero de 1927 es encerrado en la cárcel milanesa San Vittore. El 4 de junio de 1927, es condenado a veinte años, cuatro meses y cinco días de reclusión; el 19 de julio alcanza la cárcel de Turín, en la provincia de Bari. El médico de la cárcel de Turín llegó a decir a Antonio Gramsci que su misión como médico fascista no era mantenerlo con vida.
El tenebroso fiscal que tuvo a su cargo la farsa jurídica que condenó a Antonio Gramsci a la cárcel había pronunciado unas palabras memorables, conciente de la potencia intelectual y política de su víctima: "¡Hay que lograr que ese cerebro deje de funcionar!". Fue por eso condenado a veinte años, cuatro meses y cinco días de prisión, y lo mataron poco a poco en las mazmorras del fascismo.
El 8 de febrero de 1929 obtiene lo necesario para escribir e inicia la escritura de sus Cuadernos de la Cárcel. Los 32 Cuadernos de la Cárcel, de complejas 2.848 páginas, no fueron destinadas para ser publicadas, contienen reflexiones y apuntes elaborados durante su reclusión, iniciados el 8 de febrero de 1929, fueron definitivamente interrumpidas en agosto de 1935 a causa de la gravedad de su salud.
Desde 1931 Gramsci sufre una grave enfermedad, el mal de Pott, además de principio de tuberculosis y arteriosclerosis, por todo esto puede obtener una celda individual, trata de reaccionar a la detención estudiando y elaborando sus propias reflexiones políticas, filosóficas e históricas, sin embargo sus condiciones de salud empeoran, tiene una imprevista y una grave hemorragia.
El 21 de abril de 1937, por motivo de su delicada salud, Antonio Gramsci adquiere la libertad pero está ya gravísimo en el hospital: muere de una hemorragia cerebral seis días después, al alba del 27 de abril de 1937, con apenas cuarenta y seis años.
Antonio Gramsci sobrellevó ejemplarmente las penurias de esa situación. Su integridad personal y su inclaudicable militancia lo llevó a soportar once años en las cárceles del fascismo italiano, donde escribió sus célebres Cuadernos de la Cárcel, una cantera inagotable de sabiduría política.
Le dijeron: "¡Hay que lograr que ese cerebro deje de funcionar!". Pero ese cerebro jamás dejó de funcionar, y nos dejó una herencia maravillosa que primero fue ocultada y luego distorsionada, queriendo convertir a Gramsci en un inofensivo ícono socialdemócrata. En los últimos tiempos, el debate sobre el legado genuino de este gran intelectual italiano está posibilitando dejar atrás las deformaciones con que sus diversos intérpretes manosearon su pensamiento.
A Gramsci se le conoce por la elaboración del concepto de hegemonía y bloque hegemónico, así como por el énfasis que puso en el estudio de los aspectos culturales como elemento desde el cual se podía realizar una acción política y como una de las formas de crear y reproducir la hegemonía.
La hegemonía es para Antonio Gramsci el ejercicio de las funciones de dirección intelectual y moral unida a aquella del dominio del poder político. El problema para Gramsci está en comprender cómo puede el proletariado o en general una clase dominada, subalterna, volverse clase dirigente y ejercitar el poder político, o convertirse en una clase hegemónica.
La conciencia de clase es una concepción superior de la vida. Antonio Gramsci afirma la exigencia del contacto entre personas que cumplen la función social de intelectuales y aquellos que no, para construir un bloque intelectual y moral que haga políticamente posible un progreso intelectual de masa y no solo de escasos grupos intelectuales.
Antonio Gramsci sostiene que todos los hombres, por estar dotados de razón, son intelectuales. Al mismo tiempo, el pensador marxista plantea la existencia de "intelectuales orgánicos", aquellos sabios surgidos de las filas de una determinada clase o núcleo social que, como es obvio, interpretan sus demandas e intereses.
Aplicando el mismo criterio, podría afirmarse que, pudiendo tener o no filiación partidaria alguna, al estar inserto en una sociedad organizada, regida por leyes, reglamentos y disposiciones, dotada de instituciones supuestamente democráticas y de un sistema de partidos, todos los hombres son, de algún modo, políticos.
En este marco, hay que repensar la relación entre estos actores. En los últimos años, la crisis de las estructuras partidarias ha mellado la excelencia de cuadros dirigentes, generando una creciente degradación lingüística, argumental y analítica del mensaje político. En consecuencia, el mismo parece estar direccionado, casi exclusivamente, a los sectores educativamente más postergados. La retórica intelectual, en tanto, fiel a su dinámica, tiene como interlocutor preferencial a aquellos núcleos sociales cuya formación sociocultural está por encima de la media general.
En el político, constituye el corpus filosófico desde el que se explican y justifican decisiones tomadas en función de la representatividad que detenta. En el intelectual, la doctrina, si bien lo define y posiciona ante sus interlocutores de turno, no le impide efectuar las críticas y cuestionamientos que el político suele omitir por múltiples razones, entre ellas la disciplina partidaria.
En líneas generales, los dirigentes políticos, reflejando las falencias culturales de la sociedad de la que emana y representa, adolecen de formación y perfil intelectual. Esto se debe, entre otras cosas, a que los nuevos dirigentes se moldean desde el marketing y los medios de comunicación y no en sitios de cultura y formación académica. Paralelamente, los intelectuales, por no perder su condición de tal, ante la crisis de representación de los partidos políticos, aparecen alejados de la acción política.
En tiempos en que se habla de calidad democrática, reforma de la política, debate de ideas y diálogo es imprescindible invertir la ecuación actual. La sociedad necesita políticos de alto nivel intelectual. A la vez se requiere de intelectuales que, sin dejar de serlo, se involucren activamente en la política. Hasta que esto no suceda, y cada una de las partes continúe por caminos paralelos y opuestos, los cambios que se anhelan difícilmente se concretarán en nada.
En este momento de grandes incertidumbres, frente al pesimismo de la razón, propongo el optimismo de la voluntad, y creo, como él decía, que si debe haber polémicas y divisiones, no hay que tener miedo de afrontarlas y superarlas: son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas significa postergarlas justamente para cuando pueden ser peligrosas o decididamente catastróficas.
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