14 de marzo de 2012

Discurso ante la tumba de Marx en el aniversario de su muerte

DISCURSO ANTE LA TUMBA DE MARX

Pronunciado en inglés por F. Engels en 1883 en el cementerio de Highgate en Londres.

El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre. Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muertede esta figura gigantesca.

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia.

Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.

Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida.

La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos.

Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

Karl Marx nació un 5 de mayo de 1818 en Tréveris, entonces Prusia. Filósofo, economista y político, creador del socialismo científico estudió Derecho, Filosofía e Historia en las Universidades de Bonn y de Berlín. Excluido de la carrera universitaria por razones políticas se dedicó al periodismo lo que le permitió entrar en contacto con la problemática social alemana, comprender el Estado como órgano de organización y de poder y conocer las ideas socialistas. En París, donde emigró en 1843 se dedicó al estudio de los socialistas utópicos franceses hasta que expulsado se trasladó a Bruselas. En 1847 y junto con su amigo Engels ingresó en la Liga Comunista. El estallido de la revolución de 1848 provocó su expulsión de Bélgica y tras una breve estancia, de nuevo, en París se trasladó a Alemania. Y de nuevo, también, tras el fracaso de la revolución fue expulsado de Alemania volvió a residir en París y se instaló definitivamente en Londres.

Los años que siguieron fueron muy duros en cuanto a privaciones económicas y tragedias varias familiares. KarlMarx, el agitador alemán, el filósofo, el buen amigo de Engels, el personaje lleno de deudas y traje sucio, el político revolucionario en perpetua mudanza y perseguido por los acreedores vivió 34 años de su vida en Londres. Aquí escribió sus obras más importantes, incluida El Capital. La ciudad nunca le consideró, sin embargo, como algo verdaderamente suyo, es más a lo largo de su vida Londres le obligó a luchar permanentemente contra la pobreza, y a su entierro asistieron sólo veinte personas. Cuando Karl Marx llegó a Londres tenía 31 años, estaba casado y tenía tres niños, había sido expulsado de Bruselas y de Colonia y no tenía casi dinero. Su mujer, Jenny Von Westphalen, cuatro años mayor que él, procedía de una familia noble, pero ninguno de los dos poseía una fortuna personal. La única fuente de ingresos un poco regular de Marx fueron los artículos que escribía para el periódico New York Dayli Tribune.

El Londres de la época tenía 2,5 millones de habitantes, atravesaba una crisis de crecimiento económico y comercial, pero ya había 620 autobuses tirados por caballos. Una curiosidad, la primera estación de Metro se inauguró veinte años antes de que muriera, y la primera escuela pública, trece años antes. Sin embargo, las condiciones de vida eran muy difíciles para las clases más populares. Los casos de cólera y, sobre todo, de tifus eran frecuentes, y las condiciones higiénicas de la mayor parte de las casas, desastrosas. La mayoría no poseían agua corriente ni instalaciones sanitarias individuales por lo que el inicio de la vida londinense de Marx y los suyos fue más bien desagradable. Poco después de nacer su cuarto hijo, Henry, que no llegaría a cumplir el año, los alguaciles se presentaron en el pequeño apartamento en el que vivían, y les expulsaron sin contemplaciones por falta de pago.

Tras una breve estancia en un hotel en Leicester Square, Marx decidió trasladarse al Soho. En el numero 28 de Dean Street encontraron un apartamento de dos habitaciones, donde vivirían seis años. En esta casa nació otra hija, que tampoco lograría superar el primer año de vida. Allí moriría también, a los ocho años y por culpa de la tuberculosis, Edgar, un despierto chiquillo al que su padre adoraba. En el entierro del niño, los amigos de Marxtuvieron que arrastrarle fuera del cementerio porque quería arrojarse a la tumba.

El apartamento de Dean Street era diminuto, absolutamente insuficiente para una familia numerosa, incrementada con la fiel Lenchen, que vivió siempre con ellos y con la que Marx tuvo un hijo, Henry Friedrich, que todo el mundo atribuyó a su gran amigo Engels. Un Engels que nunca tuvo hijos, y que aceptó la paternidad para evitar el escándalo, y que ocultó tan bien el engaño que la mujer de Karl y sus hijas nunca lo supieron. Seis personas, tres de ellas niños, en dos habitaciones donde el silencio y el orden resultaban imposibles.

Marx contaba con un despacho para él solo. Sus artículos en el periódico neoyorquino no le interesaban mucho, pero eran su única fuente de ingresos regular. Los escribió al principio con la ayuda de Engels, porque no se sentía suficientemente seguro con su inglés. Esta fue una de las peores épocas de su vida. El desorden que le rodeo no le impidió acudir regularmente a la sala de lectura del Museo Británico, donde preparó muchas de sus mejores obras. Marx iba por las mañanas, dando un paseo a pie; se instalaba en el pupitre 07 y estudiaba, caliente y rodeado de silencio, los libros y los periódicos de consulta que necesitaba. La biblioteca del museo era, y es, una de las mejores de Europa. Contaba entonces con siete millones de volúmenes y recibía casi un millón de visitantes anuales. La sala de lectura, que se mantiene abierta aún hoy y que sigue siendo utilizada por estudiosos y estudiantes, tiene una gran cúpula que irradia la luz natural; pero en aquella época, sin luz eléctricaMarx tenía que marcharse cuando empezaba a oscurecerse a las cuatro de la tarde.

Cuando el periódico norteamericano decidió suprimir su colaboración, Marx intentó obtener un trabajo fijo en las oficinas del ferrocarril. Fue rechazado por culpa de su mala letra. Además era un apátrida, porque el Reino Unido siempre le negó la ciudadanía británica. Dos pequeñas herencias solucionaron el problema y así, a los 46 años,Marx tuvo, por primera vez, un despacho para el solo, la familia entera se volvió a mudar a una casa en el mismo barrio el numero 1 de Maitland Park, sus tres hijas Laura, Eleonor y Jenny recibieron una buena educación pues fueron a escuelas privadas y estudiaron música y danza.

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