Abatido por el cansancio y la tristeza, el 22 de febrero de 1939 murió en Collioure, pueblito francés junto al Mediterráneo, cerca de Cataluña, el poeta del pueblo, Antonio Machado, en condiciones terribles tras exiliarse de España debido al triunfo de la sedición fascista contra la República. Casi al mismo tiempo, junto a él, murió su madre, Ana Ruiz, agonizando ambos con la libertad de España.
Antonio Machado fue hijo del investigador del folclore andaluz Antonio Machado y Álvarez y hermano dos años menor de Manuel Machado, más vinculado que él a los aspectos folclóricos de su tierra y menos dotado para la especulación.
Pasó su infancia en Sevilla, momentos de los que dejó testimonio poético en varios poemas, en particular en “Retrato”.
En 1883 se instaló con su familia en Madrid. Se formó en la Institución Libre de Enseñanza, para cuyo director, Francisco Ginés de los Ríos, tuvo recuerdos emocionados y respetuosos. En París, donde pasó una temporada, se relacionó con Rubén Darío, que era embajador de Nicaragua en Francia y un referente para todos los escritores de habla española. De vuelta a España frecuentó los ambientes literarios, donde conoció a Juan Ramón Jiménez, a Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno.
En 1907 obtuvo la cátedra de francés en el instituto de Soria, ciudad en la que dos años después contrajo matrimonio con Leonor Izquierdo, una hermosa joven de 17 años que murió dos años después víctima de leucemia, lo que puso a Antonio al borde del suicidio.En 1910 recibió una pensión para estudiar filología en París durante un año, lo que aprovechó para estudiar la filosofía de Henry Bergson, entonces en voga. Cuando murió Leonor en 1912, Antonio se trasladó a Baeza, un “poblachón moruno” como lo caracteriza, para enseñar francés en un instituto.
Doctorado en filosofía y letras (1918), desempeñó su cátedra en Segovia y en 1928 fue elegido miembro de la Real Academia Española. Al comenzar la Guerra Civil se encontraba en Madrid, desde donde se trasladó con su madre y otros familiares al pueblo valenciano de Rocafort y luego a Barcelona.
En enero de 1939 emprendió camino al exilio y la la muerte lo sorprendió en el pueblecito francés de Collioure. Poco antes de morir había declarado a la prensa que se sentia viejo y cansado (“ésta que pesa en mí, carne de muerte”) y que los 65 años que tenia “son muchos para un español”.
Machado publicó “Soledades”, su primer libro, en 1903, con influencias claras de Darío. Pero como su temperamento era de una profundidad y severidad extrañas al nicaragüense, y tenía además una capacidad visual excepcional para crear imágenes perfectas (“un buitre de alas anchas, con majestuoso vuelo/ cruzaba solitario el puro azul del cielo”) se apartó de la imaginería decorativa y del lujo literario de Rubén y se volcó a emociones e intelecciones auténticas, que quiso “poner en el tiempo” siguiendo lo que según él era propìo del siglo XIX en que nació y que ejemplificaba con el ciclo termodinámico de Carnot, que “historizó” hechos físicos.
En su siguiente libro, “Soledades, galerías y otros poemas”, de 1907, se hizo más evidente el tono melancólico e intimista, el uso del humor como elemento distanciador y, sobre todo, la intención de captar la fluidez del tiempo.
Machado reconocía a Unamuno como maestro, y con él entendía que debía “eternizar lo momentáneo”, capturar la “onda fugitiva” y transformar el poema en “palabra en el tiempo”. En los años posteriores se acentuó su meditación sobre lo pasajero y lo eterno en “Campos de Castilla” (1912), pero ahora mirando al exterior, al desnudo y árido paisaje castellano, que se avenía tanto mejor con su temperamento que los huertos y vegas de Andalucía, su tierra.
En cierto modo, hace recordar la predilección que aparece en la Biblia por la vida en el desierto, puesta como paradigma de pureza y obediencia sincera a dios, contra las distracciones mundanas de la vida en las ciudades y los oasis. El paisaje despojado es el entorno adecuado para un temperamento y una conducta despojados, incluso moralmente.
En Campos de Castilla evoca la España Negra a la vista de la profunda decadencia de las ciudades castellanas, que eran testimonio en ruinas de las épocas gloriosas de antaño. En “Nuevas canciones”, de 1924, Machado intensifica sus reflexiones y la tendencia filosófica que nunca dejó de estar presente. En sus poesías completas de 1928 y 1933 aparece una lírica de tema amoroso inspirada por Pilar Valderrama, “Guiomar”, su amor tras la muerte de su esposa.
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