La Primera República Española fue el régimen político que hubo en España desde su proclamación por las Cortes, el 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874. El primer intento republicano en la Historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por la profunda inestabilidad política y social y la violencia. El período estuvo marcado por tres guerras civiles simultáneas: la Tercera Guerra Carlista, la sublevación cantonal en la península Ibérica y la Guerra de los Diez Años en Cuba.
El rey Amadeo I renunció al trono de España el día 11 de febrero de 1873. El Congreso, con inclusión del Senado, estaba reunido en sesión conjunta y permanente, y, mientras esperaba alguna comunicación final del rey, se erigió en Asamblea Nacional. Imperaba en ésta una amplísima mayoría de parlamentarios monárquicos, pertenecientes a los dos partidos monárquicos y dinásticos que hasta entonces se habían turnado en el gobierno: el partido radical de Manuel Ruiz Zorrilla y el partido constitucional de Práxedes Mateo Sagasta. Junto a la abrumadora mayoría monárquica se sentaba en la Asamblea Nacional una minoría republicana, dividida entre federales y unitarios. Uno de ellos, el federalista Francisco Pi y Margall, presentó a la Asamblea la siguiente proposición:
La Asamblea Nacional asume los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.
Pi y Margall, en su defensa de la propuesta —de la que era firmante junto con Figueras, Salmerón y otros diputados—, aunque se reafirmaba como federalista, renunciaba en ese momento a imponer como forma de gobierno la República federal con la esperanza de que fueran las Cortes Constituyentes que debían convocarse quienes la declararan, y anunciaba su acatamiento a otra decisión distinta si así se adoptaba democráticamente. Emilio Castelar subió al estrado y pronunció este discurso:
Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria.
Tras el elocuente discurso de Castelar, entre encendidos aplausos, fue proclamada la República Española, con la resignación de los monárquicos, por 258 votos a favor y sólo 32 en contra: La Asamblea Nacional resume todos los poderes y declara la República como forma de gobierno de España, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno. Se elegirá por nombramiento directo de las Cortes un poder ejecutivo, que será amovible y responsable ante las mismas Cortes.
En esta misma sesión, se eligió el primer gobierno de la República. El republicano federal Estanislao Figueras resultó elegido "Presidente del Poder Ejecutivo" (jefe de Estado y Gobierno) y no "Presidente de la República" pues nunca se llegó a aprobar la nueva Constitución que creaba ese cargo; en su discurso, dijo que la llegada de la República era «como el iris de paz y de concordia de todos los españoles de buena voluntad».
Al comenzar, afrontaban una desesperante situación financiera: déficit presupuestario de 546 millones de pesetas, 153 millones en deudas de pago inmediato y solo 32 millones para cubrirlas. El Cuerpo de Artillería había sido disuelto en el momento de más virulencia en las guerras cubana y carlista, para las que no había suficientes soldados, armamento ni dinero con el que alimentar o adquirirlo. Por otro lado, España atravesaba una aguda crisis económica, coincidente con la gran crisis mundial de 1873 y agudizada por la inestabilidad política; en los años precedentes había aumentado el paro entre jornaleros y obreros. Las organizaciones proletarias respondieron con huelgas, marchas, concentraciones de protesta y la ocupación de tierras abandonadas.
El 23 de febrero, el recién elegido presidente de la Asamblea Nacional, el radical Cristino Martos, organizó un intento de golpe de Estado, llegando la Guardia Civil a ocupar el Ministerio de Gobernación y la Milicia Nacional el Congreso, para instaurar una república unitaria. Esto provocó la primera remodelación del gobierno sustituyendo a los ministros progresistas por ministros republicanos federales. El 23 de abril, Cristino Martos, esta vez amparado en el gobernador civil de Madrid, Estébanez, intentó un nuevo golpe de Estado: un batallón de milicianos tomó posiciones en el Paseo del Prado y cuatro mil voluntarios más, perfectamente armados, se concentraron en la plaza de la Independencia con el pretexto de pasar revista pero el golpe de Estado fracasó apenas iniciado.
El gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes para el 10 de mayo, que resultaron en 343 escaños para republicanos federales y 31 para el resto de fuerzas políticas. Las elecciones se desarrollaron en condiciones muy poco ortodoxas, y su representatividad resultó ridícula, pues no participaron ni los carlistas (en guerra desde 1872), ni los monárquicos alfonsinos de Cánovas del Castillo, ni los republicanos unitarios, ni tan siquiera las incipientes organizaciones obreras adscritas a la Internacional, que se pronunciaron por la abstención. Fueron posiblemente los comicios con la participación más baja de la Historia de España[cita requerida]. En Cataluña, sólo votó el 25% del electorado; en Madrid, el 28%.
El 1 de junio de 1873 se abrió la primera sesión de las Cortes Constituyentes y comenzó la presentación de propuestas. El 7 de junio se debatió la primera de ellas, suscrita por siete diputados, que decía: Artículo único. La forma de gobierno de la Nación española es la República democrática federal.
El Presidente, haciendo cumplir lo que ordenaba el Reglamento de las Cortes para la aprobación definitiva de las propuestas de ley, dispuso celebrar una votación nominal al día siguiente. El 8 de junio se aprobó la propuesta con el voto favorable de 219 diputados y solamente 2 en contra, proclamándose ese día la República federal. Al tiempo, los federalistas apostaban por un modelo confederal de tipo helvético, constituyéndose directamente en cantones independientes.
Así narraba Benito Pérez Galdós el clima parlamentario de la Primera República:
Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos moviese a una grandísima pena.
Presidiendo un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!». Tan harto que el 10 de junio dejó disimuladamente su dimisión en su despacho en la Presidencia se fue a dar un paseo por el parque del Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a París.
Tras la huida a Francia de Figueras, al advertir el vacío de poder ya iba a pronunciarse el general Manuel Sodas cuando un coronel de la Guardia Civil, José de la Iglesia, se presentó con un piquete en el edificio del Congreso y anunció a los diputados que de allí no salía nadie hasta que eligieran a un nuevo Presidente. Eligieron el día 11 de junio al también federalista Francisco Pi y Margall, que al presentar a su gobierno ante la Asamblea declaró que no tenía programa y que no sabía qué hacer. El esfuerzo principal del nuevo gobierno sería la elaboración de una nueva Constitución, así como la aprobación de una serie de leyes de carácter social: el reparto de tierras desamortizadas entre arrendatarios, colonos y aparceros, el restablecimiento del ejército regular, con levas obligatorias, la separación de la Iglesia y el Estado, la abolición de la esclavitud, la enseñanza obligatoria y gratuita, la limitación del trabajo infantil, la creación de jurados mixtos de empresarios y trabajadores, el derecho a la sindicación obrera y la jornada de trabajo de 8 horas.
El 16 de junio se eligió una comisión de 25 miembros que debía elaborar la nueva Constitución, presentándose el proyecto de Constitución Federal de la República Española, cuya redacción se atribuye principalmente a Castelar, al día siguiente para su debate. Sin tiempo para que la Constitución de la República Federal pudiera ser aprobada en las Cortes, Pi y Margall se vio en una situación crítica. Se negaba a reprimir la rebelión de los cantones porque declaraba, con toda lógica, que los sublevados no hacían más que seguir la doctrina que él había proclamado, en vista de lo cual, se vio forzado a dimitir el 18 de julio, tras 37 días de mandato. De esta forma describió las decepciones que le había dado la política:
Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi tranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de mi carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriótico, cientos que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien...
Tras aceptar la dimisión de Pi y Margall, fue elegido Presidente del Poder Ejecutivo Nicolás Salmerón, con 119 votos a favor y 93 votos en contra. El nuevo presidente, que era un republicano federal moderado, defendía la necesidad de llegar a un entendimiento con los grupos más moderados o conservadores y una lenta transición hacia la república federal. Su oratoria era demoledora. Francisco Silvela decía que Salmerón, en sus discursos, sólo usaba un arma: la artillería. Antonio Maura caracterizaba el tono profesoral de don Nicolás diciendo que «siempre parece que esté dirigiéndose a los metafísicos de Albacete».
Ya durante su etapa como Ministro de Gracia y Justicia en el gobierno de Estanisalo Figueras, promovió la abolición de la pena de muerte, así como la independencia del poder judicial frente al político. Su nombramiento produjo una intensificación del movimiento cantonalista, para cuyo control tuvo que recurrir a generales abiertamente contrarios a la República Federal, mandando sendas expediciones militares a Andalucía y Valencia, al mando de los generales Pavía y Martínez Campos respectivamente, que uno tras otro fueron sometiendo a los distintos cantones, excepto el de Cartagena que resistiría hasta el 12 de enero de1874.
Sus generales le solicitaron el “enterado” del gobierno y su firma para ejecutar varias sentencias de muerte a varios soldados desertores en el frente carlista, imprescindible, según ellos, para la recuperación de la disciplina del ejército. Salmerón, hombre de principios liberales muy avanzados, se negó a conceder el “enterado”, y, tal como figura inscrito en la piedra de su mausoleo, «abandonó el poder por no firmar una sentencia de muerte». De tal modo, dimitió el 6 de septiembre.
Al día siguiente, el 7 de septiembre, fue elegido para ocupar la Presidencia del Poder Ejecutivo el unitario Emilio Castelar, catedrático de Historia y destacado orador, por 133 votos a favor frente a los 67 obtenidos por Pi y Margall. A pesar de la oposición federalista, las Cortes le concedieron poderes extraordinarios para gobernar, tras lo cual se cerraron las Cortes el 20 de septiembre. Confirmó las sentencias de muerte que provocaron la dimisión de su predecesor, restableció el orden y dejó a punto de rendición a los cantonales de Cartagena.
Sin embargo, el caos provocado por la sublevación cantonal y el recrudecimiento de la Guerra Carlista le llevaron a reabrir las Cortes el 2 de enero de 1874, para someter a votación la gestión de su gobierno y recabar plenos poderes. Se abrió, en efecto, la sesión de Cortes el 2 de enero de 1874 pero los federales se lanzaron en tromba contra Emilio Castelar, a quien respaldaba el capitán general de Madrid, don Manuel Pavía, antiguo partidario de Prim, con quien se había alzado en Villarejo de Salvanés. Dos fuerzas bien diferentes amenazaban con interrumpir las deliberaciones de las Cortes: los federales, deseosos de acabar con Castelar a mano airada, y las tropas del general Pavía, partidario de Castelar, que tenía decidido acudir en su socorro para evitar su derrota ante el federalismo.
Salían ya los regimientos comprometidos por la orden del capitán general, cuando las Cortes conocieron la derrota de Castelar por 119 votos contra 101. Dimitió el último presidente de la República, y el de las Cortes, que era Nicolás Salmerón, ordenó proceder a nueva votación para elegir a un nuevo jefe del Poder Ejecutivo. Pavía se situó en la plaza frente al edificio con su estado mayor y ordenó a dos ayudantes que impusieran a Salmerón la disolución de la sesión de Cortes y el desalojo del edificio en cinco minutos.
La Guardia Civil, que custodiaba el Congreso, se puso a las órdenes del general Pavía y ocupó los pasillos del Congreso (sin llegar a entrar en el hemiciclo). Eran las siete menos cinco de la mañana, cuando se estaba procediendo a la votación para elegir al candidato federal Eduardo Palanca, y Salmerón, al recibir la orden del capitán general, suspendió la votación y comunicó el gravísimo suceso a los diputados. Entonces, éstos abandonaron el edificio a toda prisa, entre escenas de exacerbado histerismo; algunos incluso se descolgaron por las ventanas. Pavía, sorprendido, preguntó: «Pero señores, ¿por qué saltar por las ventanas cuando pueden salir por la puerta?».
Pavía, que era republicano unitario, le ofreció a Emilio Castelar continuar en la presidencia, pero este rehusó al no querer mantenerse en el poder por medios antidemocráticos. Estos hechos supusieron el final oficioso de la Primera República, aunque oficialmente continuaría casi otro año más. Tras la negativa de Emilio Castelar, se encargó al general Serrano, recién regresado de su exilio en Biarritz por su implicación en la intentona golpista del 23 de abril, la formación de un gobierno de concentración que agrupó a monárquicos, conservadores y republicanos unitarios, y del que se excluyó a los republicanos federales.
Francisco Serrano, duque de la Torre, de 63 años, antiguo colaborador de Isabel II, ya había desempeñado por dos veces la jefatura del Estado. Proclamó la República unitaria, haciéndose cargo de la Presidencia del Poder Ejecutivo, y gobernó prescindiendo de las Cortes en una dictadura republicana conservadora. Durante su mandato se sometió al último de los cantones insurrectos, el de Cartagena, y se concentraron los esfuerzos en la guerra carlista en el norte de España. El general intentó sin éxito consolidarse en el poder de forma dictatorial, según el ejemplo del régimen de duques y generales que se imponía en Francia a la caída de Napoleón III y tras la derrota de la Comuna de París.
A los pocos meses, el 13 de mayo cedió la presidencia del gobierno a Juan de Zavala y de la Puente para encargarse personalmente de las operaciones contra los carlistas en el norte. Y más tarde le encargó el gobierno a Práxedes Mateo Sagasta el 3 de septiembre. El 10 de diciembre comenzó el sitio de Pamplona, pero el pronunciamiento de Sagunto lo interrumpió.
El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de la restauración en el trono de la monarquía borbónica en la persona de don Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. El gobierno de Sagasta no se opuso a este pronunciamiento, permitiendo la restauración de la monarquía. El triunfo de la restauración borbónica se logró gracias al trabajo previo de Antonio Cánovas del Castillo.
Hasta 1931, los republicanos españoles celebraban el 11 de febrero, aniversario de la Primera República. Posteriormente, la conmemoración se trasladó al 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República, que además, entre 1932 y 1938 fue fiesta nacional.
Ayer viernes día 10 de febrero, a las 12:00 horas, en el Cementerio Civil de Madrid, el Espacio Masónico de España y la asociación Ágora, organizaron un homenaje en Madrid a los cuatro presidentes masones de la Primera República Española: Estanislao Figueras, Francesc Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, consistente en una ofrenda floral y un homenaje de todas las Logias del estado español. En el transcurso del mismo, tomaron la palabra la presidenta de Ágora, Carmen Serrano, y diferentes portavoces del Espacio Masónico de España, organización integrada por la Gran Logia Simbólica Española, la Gran Logia Femenina de España, la Federación Española de El Derecho Humano y el Gran Oriente de Francia.
Los Jefes de Estado de la Primera República Española reposan en sendos panteones pétreos de estilo decimonónico, ornamentados con profusión de simbología masónica. Su memoria se ha visto dañada por el olvido, la desidia histórica y la inquina de sus enemigos ideológicos, señaladamente el franquismo. Estas sepulturas, situadas en el flanco septentrional del cementerio del Este, sobrevivieron indemnes a la dictadura de manera considerada por muchos como soprendente, habida cuenta del hostigamiento implacable a la que el dictador sometió a la Masonería. Sus miembros fueron perseguidos, muchos de ellos murieron o se exiliaron, mientras sus símbolos eran destruidos con saña y sus bienes, expropiados, hasta hoy sin compensación.
La sepultura de Nicolás Salmerón (1838-1908), dos columnas incisas sobre una gran pirámide, recoge una frase del primer ministro francés Georges Clemenceau (1841-1929), en la cual se recuerda que el político español renunció a la jefatura del Estado por negarse a ejecutar sentencias de muerte. Algunos de los asistentes portaban el tradicional mandil masónico blanco empleado durante los trabajos en las logias, bandas de grado que cruzaban su pecho y otros, guantes blancos tachonados de emblemas de la masonería como soles y compases.
Los jefes de Estado homenajeados protagonizaron en el último tercio del siglo XIX un cambio histórico en clave democrática y progresista, en condiciones muy adversas, en referencia a las guerras carlistas, al cantonalismo y a los resabios absolutistas. Y a pesar de todo ello, su gesta inauguró el arranque del proceso de emancipación de la mujer, el sufragio universal y la abolición de la esclavitud, entre otros cambios históricos. La Primera República no fue una utopía, sino un primer y serio intento de hacer bien las cosas.
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