El proyecto neoliberal de privatización de lo público se sustenta en razones puramente ideológicas
Juan Manuel Aragüés Estragués*
Las relaciones de poder se sustentan sobre mitos que las clases dominantes presentan ante la sociedad como si de evidencias contrastadas se tratase. Ese trabajo ideológico, si es eficaz, cuestión de la que se ocupan los enormes recursos de creación de opinión de que dispone el poder contemporáneo, consigue, como efecto político, la aceptación social de una visión del mundo beneficiosa para quienes detentan el poder.
Desde que el neoliberalismo comienza a asentarse políticamente en nuestro país, de la mano de los gobiernos de Felipe González, sus esfuerzos por construir toda una mitología favorable a sus intereses ha sido constante. Y dentro de ese universo mitológico, ocupa un lugar destacado la pretensión de las bondades de la gestión privada frente a la ineficacia, anquilosamiento, y dispendio que supone la gestión pública. Este planteamiento resulta coherente con una ideología cuyo objetivo es el desmantelamiento del sector público para hacerlo pasar a manos privadas. Si dicho proceso se llevara a cabo sin una justificación ideológica, encontraría tremendas resistencias. Ahora bien, si previamente se ha construido un imaginario social favorable --y ahí las estrategias goebelsianas de repetir una mentira mil veces para convertirla en verdad resultan muy convenientes--, es más fácil llevar a cabo el proceso. Si has convencido a la población de que las empresas públicas son ineficaces y de que su gestión es un lastre para la sociedad, no cabe duda de que será más sencillo pasarlas a manos privadas.
Desde que el PSOE de González comenzara el proceso privatizador en España, hemos visto cómo empresas de sectores estratégicos de la economía, de la energía, de las telecomunicaciones, de las finanzas, han pasado a manos privadas. Grandes empresas que gozaban de buen estado de salud, como Telefónica, Endesa, Repsol, entre muchas otras, han sido privatizadas. El mismo camino lleva Renfe. Y lo mismo se pretende con la sanidad y la educación.
El neoliberalismo, como ideología dominante en la Unión Europea, ha querido acabar con los monopolios estatales en los sectores estratégicos. Es lo que llaman libertad de mercado que, según nos cuentan los mitos neoliberales, es un instrumento para beneficiar al consumidor, pues, al haber competencia entre las empresas, estas ajustarán sus precios y mejorarán sus servicios. Frente a los mitos, los cuentos, las falsedades, la realidad nos dice que ni los servicios mejoran ni los precios se ajustan. Más bien al contrario, los precios suben incesantemente mientras los servicios se deterioran de manera escandalosa. ¿Qué me dicen de esos apagones que se produjeron en Cataluña por culpa de una red eléctrica obsoleta? ¿Qué de unos servicios de telefonía que tienen a los usuarios hasta más arriba de la coronilla? ¿Y qué me dicen de esa sensación de impotencia cuando intentas darte de baja de un servicio abiertamente fraudulento? La privatización de los sectores estratégicos de la economía, además de una irresponsabilidad por parte de los gobiernos, supone someterlos a una gestión solo atenta al beneficio y no al servicio.
Por eso, cuando ahora vemos que vienen, insaciables, a por la sanidad y la educación, no queda otra que ponerse a temblar. La sanidad y la educación públicas vienen mostrando, desde hace décadas, su superioridad con respecto a las privadas. La sanidad, además de por su gratuidad y por una atención de calidad, por disponer de unos medios inalcanzables para la sanidad privada. Privatizar la sanidad va a suponer, además de dejar a mucha gente desprovista de atención, una igualación a la baja con el sector privado. El resultado será una sanidad mala y de pago. La educación pública no resiste la comparación con la privada. A pesar de que en este país, como consecuencia de la desatención del franquismo a la educación pública, persiste una fascinación hacia la educación "de pago", los centros públicos cuentan, a diferencia de los privados, con profesionales especialistas en las materias que imparten y con un régimen laboral y unas condiciones de aula, hasta ahora, que les permiten desarrollar su labor con notable eficacia. A pesar del celofán con el que se la envuelve, la privada, y la concertada, claro, poseen un nivel de calidad docente inferior al de la pública, derivado de unas exigencias laborales a sus profesionales que excede el campo de su especialidad. A ello hay que sumar que el filtro de la pública a la hora de la contratación es tremendamente exigente. Su erosión, nuevamente, nos llevará a una igualación a la baja con la privada y concertada.
En resumidas cuentas, el proyecto neoliberal de privatización de lo público no se sustenta en razones de gestión, o de eficacia, o económicas, sino puramente ideológicas. De lo que se trata es de pasar el negocio a manos privadas, aunque sea a costa de deteriorarlo hasta extremos tremendamente preocupantes. Y en los casos que se nos vienen encima, no se trata, con ser importante, de la calidad del servicio telefónico, o de la tarifa del gas. De lo que hablamos es de la salud y de la formación del futuro. Cosas demasiado serias para dejarlas al negocio de unos pocos.
* Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Fue secretario general del Partido Comunista de Aragón entre 1993 y 1999. En la actualidad, es responsable de las Mesas de Convergencia de Aragón.
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