30 de septiembre de 2012

Zúrich 1916. La revolución en la misma calle.























Hace tiempo que se clausuró la exposición Caminos de vanguardia, de Sophie Taeuber-Arp (1889-1943), en el Museo Picasso de Málaga. Esta exposición es un reflejo de las vanguardias culturales más revolucionarias de los años diez, veinte y treinta del pasado siglo. Sophie siguió los principios de la vanguardia, y se movió indistintamente entre las performances del dadaísmo más radical, el surrealismo y el abstraccionismo, coincidiendo en el mismo lugar y misma época, Zúrich 1916, con figuras revolucionarias destacadas de la creación artística y de la política.

En 1915 Sophie Taeuber conoció Jean Arp (1887-1966) en Zúrich. Él aun conservaba su nombre alsaciano, Hans, aunque ya era un artista con cierto prestigio. Ella era entonces una joven profesora de la Escuela de Artes y Oficios de Zúrich, y miembro de la Werkbund, un movimiento de artistas y profesionales heterodoxos. Entre esa multiplicidad de intereses, Sophie estaba ávida de cambiar el mundo, diseñarlo desde un punto de vista vanguardista.

Sophie era también una brillante alumna en las clases de danza expresiva de Rudolf Laban, un lugar para bailar libre, sin pasos. En los bailes era una de las incansables y de las más alegres, es posible que ella pensara como Emma Goldman: “Si no puedo bailar no es mi revolución”.

Tras el encuentro entre ambos, las colaboraciones no se hacen esperar: se convierten en amantes y confidentes, se invaden, aprenden uno del otro, viven siguiendo uno de los principios de futurismo: “Vive deprisa, la realidad no nos espera”. La pareja satisface sus deseos hasta las más extremas consecuencias. Son revolucionarios, quieren cantar al peligro, exigen poetas ardorosos y rebeldes, aspiran a quemar los museos, las bibliotecas, las academias.

En la Suiza neutral de 1916 confluyeron personajes que no querían tomar parte en la guerra. Allí estaban Tristan Tzara (1896-1963) y Marcel Janco (1895-1984), estudiantes rumanos; Jean Arp (1887-1966), de Estrasburgo, y Sophie Táuber (1889-1943); Hugo Ball (1886-1927), pacifista que había desertado del ejército alemán; Richard Huelsenbeck (1892), poeta y escultor; Hans Richter (1888-1976), cineasta y pintor, entre otros muchos. James Joyce también pasó los años 1915-19 en Zúrich, o lo que él llama la "ciudad de orden y la prosperidad".

Todos se reunían en el Cabaret Voltaire, en la Spiegelgasse, junto al domicilio de un exiliado ruso llamado Lenin, muy cerca del barrio donde Rosa Luxemburg trabajaba como periodista.

Lenin llegó en 1916, con su compañera, Nadia Krupskaya, vivían en Spiegelgasse 14. Mientras tanto, en la trastienda de un pub en Spiegelgasse 1, Hugo Ball fundó el 15 de febrero de 1916 el cabaret Voltaire, que en sus años de gloria vio pasar entre sus muros a la vanguardia cultural de la época y los artistas más revolucionarios, como Max Ernst, Kandinsky, Paúl Klee o Giorgio de Chirico. También se editaba una revista con el mismo nombre, "Cabaret Voltaire. Colección de arte y literatura", en la que colaboraban algunos de los nombres más importantes de entonces: Marinetti, Picasso, Apollinaire, etcétera.

Lentamente, las agitadas noches del Cabaret Voltaire fueron decantando en una firme posición que, además de protestar contra la guerra, enfrentaba duramente a todas las formas artísticas clásicas. Hugo Ball y Tristan Tzara eran los más protagonistas en Zúrich. Más radical y más activo el poeta rumano que el serio y tranquilo Ball, irá impregnando de radicalismo y nihilismo las actividades del cabaret. Por su parte Hans Richter (1888-1976), con Viking Eggeling (1880-1925), un pintor sueco, inició sus investigaciones en abstracción cinematográfica. Richter, el más politizado de todos, que procedía de Die Aktion, fundó la Asociación de Artistas Revolucionarios, con Marcel Janco. Sophie Taeuber y Jean Arp se convierten en miembros muy activos del grupo.

Lenin vivía discretamente junto a su inseparable compañera Nadia Krupskaya, en la Spiegelgasse una estrecha calle en la que, llegada la noche, se oían las voces, gritos y canciones de la extraña fauna que se daba cita en el Cabaret Voltaire, lugar de encuentro del movimiento artístico que revolucionó el arte. Marcel Janco señaló: "No era extraño que entre el espeso humo, el ruido de las declamaciones o de una canción popular, hubiera apariciones como la de la impresionante figura de Lenin". En Zúrich llevaba una vida clandestina y se pasaba el día en las bibliotecas de la ciudad, hasta el día en que partió desde Zúrich en un Tren que llegó a San Petersburgo el 3 de abril de 1917 para ponerse al frente de la Revolución de Octubre, el gran parto de la Historia.

El grupo era muy activo, pero el nihilismo de Tristan Tzara casaba mal con las propuestas menos radicales de Hugo Ball y la cohesión no duró mucho. El poeta rumano en ese mismo año empezó a publicar la revista "Dada", con el Manifiesto de 1918 en el tercer número y la Antología dada en los números cuatro y cinco, con textos de André Bretón, Paúl Eluard y Louis Aragón y con ilustraciones de Jean Arp y Francis Picabia.

Richard Huelsenbeck volvió a Alemania en 1917 y allí animó el grupo berlinés. Pero a cambio Tristan Tzara, en agosto de 1918, escribió a Francis Picabia, a quien admiraba como pintor y como escritor. Picabia fue a Zúrich en enero y juntos editaron allí el número ocho de la revista 391, y los números cuatro y cinco de Dada. A finales de año apareció otra revista, "Der Zeltweg", dirigida por Tzara, entre otros, en la que ya colaboraba Kurt Schwitters. Pero la Gran Guerra había terminado, el cabaret Voltaire y el Dada en Zúrich estaban heridos de muerte. La marcha de Tzara a París, animado por Picabia, a principios de 1920, marcó el fin.

La imponente muestra de Sophie Taeuber expuesta en el Museo Picasso, espacio dedicado al malagueño universal que se declaraba pacifista y comunista, debe servirnos como ejercicio de recuperación de la Memoria Histórica.

No es sólo que la vanguardia del arte y de la cultura, y la vanguardia política y revolucionaria de la época, coincidieran en la misma calle de Zúrich. Esto pasó en muchas otras ciudades, ambas vanguardias se entremezclaban, la lucha de clases con el arte revolucionario y la lucha cultural, como combate contra el discurso impuesto, contra la ideología de la clase dominante.

También debe servirnos para reivindicar a estas mujeres geniales, como Sophie Taeuber, que quedaron encerradas, invisibles, dentro de una sociedad patriarcal. El tiempo hizo que Sophie Taeuber, su trabajo, talento, ingenio, inteligencia, en definitiva, su genialidad, quedase oculto tras la fama de su pareja. La exposición Caminos de vanguardia contribuirá, sin duda, a que esta importante artista sea reconocida y recuperada para un mundo que necesita hombres y mujeres, pero sobre todo mujeres, sobresalientes, excepcionales, que sean capaces de cambiar las bases sociales para transformar el sistema. Mujeres revolucionarias.

Ella, ante todo, defendía la alegría, como Benedetti, Sophie decía "La alegría es una cosa que para mí tiene un gran valor, aunque sea poco apreciada. Es la alegría, básicamente, la que nos permite no tener miedo ante los problemas de la vida y buscar una solución natural para ellos".

Sophie vivió deprisa, murió accidentalmente por las emanaciones de una estufa de carbón. Jean Arp nunca dejó de rendirle homenaje en poemas y testimonios, tanto en francés como en alemán: “Es Sophie, con su trabajo, su alegría y su vida bañada en claridad, quien me muestra el camino justo”. Una espléndida luz que ahora se apaga en el Museo Picasso de Málaga.

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