16 de octubre de 2013

Lecciones 5 años después de Lehman’s


Tres lecciones que deberíamos haber aprendido 5 años después de Lehman’s




¿Hemos aprendido algo, 5 años después de la quiebra de Lehman’s? En una palabra: no.

O no mucho, al menos. Aunque sería agradable creer que Larry Summers tiene que retirarse de la carrera por llegar a ser el jefe de la Fed dado su fundamental papel en la creación del colapso financiero global, pienso yo que su retirada tiene más que ver con lo desmesurado del personaje. Ante de que empiecen ustedes a celebrar su derrota, recuerden que Goldman Sachs todavía tiene que dar el visto bueno a cualquier candidato y que el presidente Obama todavía puede elegir a alguno de los ungidos por Goldman, antes que Janet Yellin.

Para saber mucho más sobre Larry Summers y el asalto de Goldman Sachs a la administración Obama, véase el artículo de Greg Pallast publicado la semana pasada en SinPermiso.

La consigna en la Casa Blanca desde los días del presidente Clinton es: “¿Qué pensaría Goldman Sachs?”. Diaríase que toda política ha de pasar por la prueba del “examen Goldman”: ¿es buena para Goldman Sachs? Si no, se deja caer.

Lo que sigue a continuación son, pues, mis ideas sobre lo que deberíamos haber aprendido cuando se cumple el quinto aniversario del acontecimiento que disparó la crisis. Un entrevistador me pidió identificar las tres lecciones más importantes, cuestión para mí demasiado ambiciosa. Me conformaré con tres lecciones importantes.

Primera lección

La crisis reveló descarnadamente la peligrosa e ilegal cultura imperante en las instituciones financieras más grandes del mundo. Ahora sabemos, más allá de toda duda, que fue un fraude de abajo a arriba. Por ejemplo, todos y cada uno de los pasos en el negocio de títulos hipotecariamente respaldados eran fruadulentos. Los contratos hipotecarios originarios eran fraudulentos (los iniciadores del préstamo mintieron a los prestatarios respecto de los términos del contrato para trapichear, luego de que los prestatarios hubieran firmado, con el papeleo a fin de emperorar las condiciones del préstamo. Los evaluadores de la propiedad inmobiliaria falsearon los valores de las casas. Los bancos de inversión engañaron respecto de la calidad de las hipotecas a medida que estas eran titulizadas. Los directivos mintieron a los compradores de titulos acerca de la documentación en su poder. A instancias de la creación del propio sector que fueron los MERS [Mortage Electronic Registration Systems (Sistemas de Registro Hipotecario Electrónico)], los bancos extraviaron o destruyeron los registros de propiedad, haciendo imposible que nadie pudiera llegar a averiguar quién posee qué y quien debe a quién. Los servidores hipotecarios “perdieron” pagos hechos y deshauciaron ilegalmente basándose en documentos fabricados por “firmantes-robot”, echando equivocadamente de sus casas incluso a propietarios de vivienda que ni siquiera tenían una hipoteca. Ahora esos hogares se están vendiendo en grandes bloques a fondos buitre de cobertura a céntimos el dólar, de modo que puedan realquilarse a los antiguos propietarios que ahoran viven en la calle. No es exagerado decir que el deshaucio y la desposesión fueron el resultado deseado por lo que el presidente Bush llamaba la “sociedad de propietarios”: desplazar toda la riqueza hacia el 1% de la población en la cúspide. Y me he limitado a dar un ejemplo; pueden ustedes encontrar un nivel parecido de criminalidad en cualquier línea de negocios emprendida por los mayores bancos, desde la manipulación de los mercados de bonos hasta la fijación interesada de las tasas del LIBOR, desde la manipulación de los precios de las materias primas hasta  la inversión ventajista en acciones y la puesta en almoneda de información de acceso privilegiado.

Segunda lección

La crisis demostró que una reforma real sólo puede llevarse a cabo en plena crisis. Una vez Wall Street fue rescatada a puerta cerrada por la Fed y el Tesoro estadounidenses (¡costó 29 billones de dólares!), no había ya la menor esperanza de reforma. Las entidades más grandes, se hicieron todavía más grandes. Están ya volviendo a hacer las mismas cosas que hacían en 2007. Ni siquiera las debilísimas reformas Dodd-Frank llegaron a ponerse en práctica: Wall Street desplegó verdaderos ejércitos para retrasar, desleír y, eventualmente, prevenir la realización de cualesquiera cambios que pudieran restringir las prácticas financieras que causaron la crisis. Franklin Roosevelt lo hizo bien en los años 30: declaró “vacaciones” bancarias, exigiendo la dimisión de todos los máximos ejecutivos y se negó a permitir la apertura de los bancos hasta que tuvieran un plan para recuperar la solvencia. Casi todas las reformas del sector financiero a que procedió el New Deal fueron puestas por obra en el momento culminante de la crisis. La importante lección que habría debido aprenderse: en la próxima crisis, no podemos permitir que la Fed y el Tesoro se reúnan a puerta cerrada para rescatar a los “calamares vampiro” que están destruyendo la economía. Tenemos que atravesarles el corazón con la estaca en su momento de mayor debilidad.

Tercera lección

La crisis dejó a la vista de la opinión pública la larga tendencia hacia la “financiarización” de toda la economía. La amalgama del sector financiero, el de seguros y el de bienes raíces representa un 40% de los beneficios de las grandes empresas y un 20% del valor añadido. Es decir, sencillamente un locura. Todo ha llegado a financiarizarse, desde la educación universitaria (los préstamos a los estudiantes montan un billón de dólares) hasta los hogares, la atención sanitaria (la reforma de Obama empeora las cosas en este respecto) y aun la muerte (en las llamadas compensaciones mortales y en los seguros médicos campesinos, los empleadores apuestan a que sus trabajadores morirán tempranamente). Wall Street ha financiarizado la energía y aun las cosechas. Ha vuelto las pensiones de los trabajadores contra los propios tranajadores, sirviendose de sus fondos de jubilación para apostar al alza sobre el precio de la gasolina en los puntos de venta y el pan en las panaderías. ¡Es sólo cuestión de tiempo que los fondos de pensiones se utilicen para aumentar el precio del agua en el contador casero!

En un sentido muy importante yerra quien dice que lo que siguió a Lehman’s provocó una crisis. La vida en la cúspide he mejorado tremendamente desde 2007, puesto que el elevado desempleo ha debilitado a los trabajadores a medida que el ingreso y la riqueza seguían desplazándose hacia el 1% en la cúspide.

Huelga decir que para el 99% de abajo es una crisis, pero no una crisis financiera. Y no empezó en 2007, sino a comienzos de los 70. Es una crisis de empleo a largo plazo. Es una crisis salarial a largo plazo. Es una crisis a largo plazo de la educación, la vivienda y la asistencia sanitaria: una crisis que arraiga en el hecho de que se pone a las necesidades un precio que está más allá del alcance del grueso de la población trabajadora.

¿Qué hay que hacer?

¿Por dónde empezar? Yo soy pesimista a medio plazo, porque no creo que se pueda hacer mucho hasta que se desplome Wall Street y cerremos la “sucia docena” de las mayores entidades financieras globales. Están atravesadas en el camino de cualquier reforma substancial. Necesitamos disminuir el tamaño de las finanzas en unos dos tercios o tres cuartos, tal vez acaso en un 90%. Obvio es decir que eso no puede ocurrir hasta el próximo desplome. Soy razonablemente optimista al respecto, porque creo que eso ocurrirá en un futuro no demasiado lejano.

Pero cuando sea posible hacer una reforma económica real, ¿qué necesitamos?. Lo primero, puestos de trabajo. No podemos confiar en el sector privado para generarlos. El futuro es el crecimiento sin puestos de trabajo, de modo que no podemos confiar en el crecimiento para generar los puestos de trabajo que necesitamos. El Estado tiene que implicarse. Afortunadamente, hay mucho por hacer: infraestructura pública, reactivación de la educación y la asistencia sanitaria, restauración medioambiental, cuidado de los ancianos y mejora de los espacios públicos. Necesitaremos un programa de Garantía Permanente de Empleo (o empleador de último recurso: GPE/EUR) para asegurarnos de que puedan participar todos quienes deseen trabajar. En segundo lugar, y en relación con lo primero, necesitamos salarios decentes, lo que significa incrementos salariales substanciales para los dos o tres quintiles más bajos. Tampoco en eso se puede confiar en el sector privado, que siempre se hallará en una dinámica de “carrera hacia el abismo”. El Estado debe desempeñar un papel fijando niveles altos para los salarios mínimos, elevando los beneficios del bienestar y mejorando las condiciones de trabajo. Eso resultará fácil de hacer, uan vez que funcione el programa GPE/EUR, puesto que su paquete compensatorio marcará de facto el nivel mínimo.

Todos estamos estupefactos. Resulta estupefaciente que Washington no haya perseguido a los delincuentes de Wall Street. Pero en realidad no resulta estupefaciente en absoluto. Los zorros de Wall Street andan sueltos y dispersos por toda la administración  Obama, dirigen el tesoro y la Fed de Nueva York y están copiosamente representados en todas las agencias que tienen algún poder de supervisión sobre Wall Street. Mientras Wall Street chupe el 40% de los beneficios de las grandes empresas, allá estará el dinero, y Washington funciona con dinero. Con tamaños zorros guardando el gallinero, hay que ser bobo para creer que la administración Obama podría perseguir a ningún alto ejecutivo de los mayores bancos.

Randall Wray es uno de los analistas económicos más respetados de Estados Unidos. Colabora con el proyecto newdeal 2.0 y escribe regularmente en New Economic Perspectives y en Economonitor.com. Profesor de economía en la University of Missouri-Kansas City e investigador en el “Center for Full Employment and Price Stability”. Ha sido presidente de la Association for Institutionalist Thought (AFIT) y ha formado parte del comité de dirección de la Association for Evolutionary Economics (AFEE). Randall Wray ha trabajado durante mucho tiempo en el análisis de problemas de política monetaria, macroeconomía y políticas de pleno empleo. Es autor de Understanding Modern Money: The Key to Full Employment and Price Stability (Elgar, 1998) y Money and Credit in Capitalist Economies (Elgar 1990).

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